La semana pasada, previo a la celebración de la Cumbre del G20 en Osaka, el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, concedió una entrevista al diario Financial Times. Ahí, el famoso dirigente ruso declaró “cada crimen debe tener un castigo. La idea liberal se ha vuelto obsoleta. Ha entrado en conflicto con los intereses de la abrumadora mayoría de la población”.
La cascada de respuestas no se hizo esperar. El propio Financial Times le contestó en un editorial institucional, argumentando la vitalidad y solidez de las instituciones liberales, si no en el sistema internacional, cuando menos en el constitucionalismo de las democracias más avanzadas. Numerosos analistas se apresuraron a responderle apasionadamente al polémico mandatario. Durante la Guerra Fría, los cuestionamientos rusos al sistema liberal estadounidense podían desecharse con mayor facilidad. Resultaba evidente en términos humanos la superioridad del binomio libertad con movilidad social estadounidense frente a la carencia total de libertades políticas o la miseria equitativamente distribuida de la URSS.
En la actualidad no parece tan simple desechar las críticas de Putin, y el mismo tono airado de las respuestas, sugiere que tocan una fibra sensible. Desde el historiador Simon Schama hasta Martin Wolf, experto internacional en temas financieros, le contestan al presidente ruso que el liberalismo sigue vibrante y activo.
Para muestra, citan los debates por la candidatura presidencial del partido demócrata en Estados Unidos.
Si algo ha mantenido la vigencia del liberalismo durante siglos, fue su capacidad de reinvención mediante la autocrítica. Un liberalismo inteligente, prácticamente invisible en estos días, tendría que hacer un importante examen de conciencia sobre los fracasos sociales del modelo. En las últimas tres décadas hemos visto crecer la desigualdad hasta desbordar la estabilidad política de las democracias más consolidadas.
El liberalismo convencional no ha dado respuesta a la inquietud emocional de ciudadanos que no quieren ser considerados como meros consumidores al servicio de las necesidades productivas de la economía.
Tampoco tiene nada qué decir frente a los excesos de la desregulación financiera, la pérdida de prestaciones sociales y el olvido de los derechos de los trabajadores como consecuencia de la reubicación de fábricas o la automatización del empleo.
Como ha escrito Patrick J. Deneen, investigador de la Universidad de Notre Dame, en su libro Why liberalism failed (¿Por qué fracasó el liberalismo?), el sistema liberal falló como consecuencia de su propio éxito. Al lograr un mundo de fronteras porosas, le resulta imposible regular los flujos migratorios. Un individualismo exacerbado, meta filosófica del liberalismo, dio lugar al olvido del civismo y al desinterés de los electores por la política. Las declaraciones de Putin buscan provocar.
No obstante, quienes creemos en el valor de la libertad política como un aspecto sin el cual no se puede tener una vida digna, estamos obligados a reflexionar sobre las insuficiencias del liberalismo.
•Internacionalista y analista político:
@avila_raudel