La lealtad es uno de los valores más importantes con los que un ser humano puede reconocer la humanidad de un congénere. El mantenerse al lado del ente, aun cuando las tempestades azoten con inconmensurable furia y, si la circunstancia lo exige, el sacrificio como culminación de entrega, aprecio, respeto, honor y… amor.
Todas las nociones mencionadas pueden ser esa expresión sublime que marca los grandes momentos de la reflexión e historia humana. Cuando Teseo se ofrece como ofrenda al Minotauro, y es arrojado al laberinto para salvar del flagelo a su natal Atenas, el príncipe arriesga su vida y cumple con el máximo deber de un aristos: su entrega al bien público. Teseo será conducido por el famoso hilo que Ariadna le concede para llegar hasta la bestia y asesinarla.
El riesgo corrido, en sí mismo, afirma la profunda lealtad que solamente puede ser reconocida con la memoria. Recodemos que Mnemosiné (la memoria) es una musa que tiene por misión perpetuar los hechos de los héroes, se transfigura en poesía, y se enquista en el alma de los agradecidos.
La lealtad, cuando hablamos de política, choca con realidad humana: violenta, ingrata, necia, voluble, débil, manipulada, etcétera, convirtiendo al ser humano en una bestia intimidatoria que mal lleva los destinos de su pueblo. Tiranos de este tipo han existido siempre, y Platón lo supo muy bien. Leyendo el diálogo platónico La República, es famosa la idea del “rey filósofo”, del aristos que, por sus cualidades, al entender el sentido pleno de un buen gobierno, gracias a la trascendencia de su espíritu, puede realizar la justicia entre los mortales. Un filósofo al frente del gobierno, esa tentación platónica, puede tener en la historia grandes representantes positivos como lo serán Federico Guillermo II, de Prusia o Christina, de Suecia, virtuosos y grandes en su dimensión.
Sin embargo, el propio Platón entraría en una seria duda, cuando invitado a Siracusa por el tirano Dionisio, conoce el despotismo. Construir la constitución siracusana trajo malas experiencias al filósofo. Los intelectuales y los necios no se llevan nunca. En Las Leyes, Platón asumirá que la única lealtad auténtica es a la ley, a esa sublime creación de la inteligencia, impersonal y por lo tanto inmune a la volubilidad de los necios.
Desde Los Trabajos y los Días, de Hesíodo, la consigna a evitar la gangrena del capricho como referente legal, es una consigna civilizatoria que nos alerta de que la palabra de Diké (justicia) no es patrimonio de nadie, antes bien, principio común que debemos defender de las tentaciones tiránicas, de sus amenazas, de sus insultos y calumnias mañaneras, porque es lo único que mantiene el sentido de libertad que cualquier república debe recordar con una lealtad absoluta: lealtad sólo a las leyes.