El mensaje continuo del Presidente es desesperanzador. Cada que sucede un hecho violento que pone en evidencia la crisis que vive el país, su respuesta es el tiro de gracia. Decir que lo que vivimos es resultado del pasado y de las malas decisiones de los exmandatarios que dejaron el país en llamas, puede resultar más peligroso de lo que AMLO cree. Es increíble como hace apenas unos días vivíamos unos de los hechos violentos más crudos de la historia en Sonora y hoy parece como si no hubiera sucedido. Pasó lo de siempre: hemos pasado a otro tema.
Con sus declaraciones, el Presidente establece el principio de “lo que vivimos es normal”. Es darnos una cucharada con sabor a basura. Cada que alguien repite en discurso “esto es el resultado de las anteriores administraciones”, establece con raíces la normalización de esta crisis que sigue consumiendo al país y que afecta la calidad de vida de todos los mexicanos.
Hay quien puede decir que no a todo mundo le importa lo que sucede en México, sin embargo, eso más bien es el resultado de la normalización. Es decir, el hecho de que haya quien justifique los atroces hechos con medias verdades políticas y prefieran mantenerse paralizados, es el resultado de escuchar una y otra vez que esto es una herencia maldita de Calderón (que su discurso era que el horror sucedía debido a la guerra contra el narco). Y así, cada Presidente tenía su “verdad” con un objetivo muy bien cumplido: normalizar la violencia.
Todos lo sabemos; cualquier individuo que considera normal el horror, se limitará a aceptar las consecuencias y esperar a que alguien más pueda salvarlo. El peligroso problema de la normalización de la violencia, es la paralización social. ¿Cuántas personas han protestado por estas razones? Pocas, comparadas con la gran mayoría que se queda en casa, aterrados porque piensan que nada cambiará y que todo esto ya es común en nuestro ambiente.
La falta de una estrategia de seguridad en el Gobierno federal es clara. Nadie sabe qué es lo que en ese sentido se está ejecutando. Sabemos que no se revela a la población por motivos de seguridad nacional, pero sí la ruta y los resultados esperados. Nadie nos ha dicho —más allá de la Guardia Nacional— cómo es que el Presidente espera acabar la violencia y aminorar el poder que tienen los miembros del crimen organizado.
Como lo hemos dicho antes, su enfoque contra la corrupción ha quedado en segundo plano. A nadie le importa combatir la corrupción como prioridad, mientras los niños (y adultos) están siendo asesinados de forma brutal en cualquier parte del país.
Y así se cumple el ciclo, pasamos a otro tema y la máquina del horror sigue en marcha: supuesta indignación, enfriamiento de los hechos y olvido. ¿Estamos condenados a repetirlo?