Columnas
Nada más para hacer corajes al comparar con el panorama mexicano, hay que ver el músculo demostrado por el partido demócrata en las últimas semanas. Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, se le impuso a Donald Trump en la batalla presupuestal por el muro fronterizo. Pelosi ganó en el impasse producido por la suspensión de servicios gubernamentales, el llamado shutdown. En el flanco de la nueva generación, la congresista Alexandra Ocasio-Cortez le volteó el ataque a sus detractores, quienes buscaron humillarla difundiendo un video inocuo en el que baila durante sus años universitarios. Por otra parte, dos reconocidas y brillantes senadoras anunciaron su intención de competir por la presidencia de aquel país: Kamala Harris (hija de jamaicano e india) y Elizabeth Warren (famosa por su defensa de las clases populares frente al poder económico del empresariado). Nótese que todas son mujeres y potenciales candidatas presidenciales.
La oposición al autoritarismo trumpiano viene de la mano de caras frescas, unas más nuevas que otras, de personalidades fuertes, carismáticas, con discursos innovadores que desplazan figuras ya desgastadas como Hillary Clinton. Apelan a un electorado moderno, distinto, juvenil, ansioso de propuestas transgresoras y audaces.
Considere usted ahora la imagen de José Antonio Meade apuntando números en una servilleta. Pregúntese el impacto nacional que alcanzó, la repercusión popular de un hombre bien intencionado, pero dueño del carisma de una piedra. Incapaz, todavía después de una derrota estruendosa, de conectar y entender al electorado mexicano, indiferente ante las estadísticas. O piense tal vez en la oratoria solemne y engolada de Miguel Ángel Osorio Chong, de René Juárez. En la penosa torpeza verbal de Marko Cortés, la irrelevancia de los desconocidos legisladores perredistas. Hombres de una generación ya envejecida en personalidad pero especialmente en ideas, que no pueden establecer un contraste atractivo con el dinamismo popular del Presidente de México. Se pueden decir muchas cosas de AMLO. No obstante, nadie puede negar la fuerza de su personalidad y arrastre popular.
Con la salvedad de las enérgicas protestas del gobernador Enrique Alfaro, la oposición en México sigue sin presentar rostros nuevos e interesantes. Esta incapacidad de ofrecer perfiles inéditos no es por falta de gente en los partidos políticos, sino por la obsesión de los mismos grupos de perpetuarse en el poder. Mientras los partidos políticos tradicionales, arrasados en la elección pasada, se obstinen en repetir a las mismas figuras como sus voceros, la popularidad del Presidente seguirá siendo altísima y la de ellos inexistente. No se trata de desechar la experiencia, hay que valorar y aprender de los que saben. El propósito debe ser remplazar a quienes ya probaron suerte y se desprestigiaron a ellos mismos y a sus partidos. “En política, quienes ya bailaron, que se sienten”, decía el maestro José Luis Lamadrid.