En plenos Idus de marzo (día 15 del mes en curso), el político romano Julio César fue asesinado tras 23 puñaladas ejecutadas por parte de varios senadores, incluido su hijo Bruto. Su muerte no atrajo una primavera romana como era de esperarse: reyertas y luchas de poder se sucedieron al histórico asesinato. Roma logró un cambio radical, pero el camino equivocado. La consecuencia fue la inestabilidad.
La primavera o su víspera han sido testigos de grandes cambios mundiales, originados por un pensamiento moderno sobre la libertad, la democracia y los sistemas políticos.
La primavera de 1968, vio sus albores en París. Los jóvenes parisinos supieron encender la mecha de la libertad y de cierto libertinaje por todo el mundo. Los filósofos Sartre y Aragon y políticos como Cohn-Bendit alimentaron de ideas una primavera que logró hacer que se pensaran de forma distinta la política y la sociedad. Europa y el mundo ya nunca serían los mismos.
A la luz primaveral de París, le fue simultánea la Primavera de Praga que reveló la capacidad de lucha de una revolución antirrevolucionaria que se gestó en Yugoslavia. Una unión antinatural de pequeñas y fértiles repúblicas que hoy constituyen países en continuo crecimiento. La gestación de esta primavera no logró dar a luz a la paz y el equilibrio de la región, pero sembró una semilla que fecundaría en la caída del bloque del Este. Lo que los jóvenes lograron sembrar, lo cosechó con creces la alianza más provocadora de la historia entre Wojtyla, Gorbachov y Reagan. Una realidad que culminaron Walesa y Havel, entre otros.
Esta revolución logró dar nombre a todo movimiento político regenerador que transforma lo intransformable, como la misma primavera árabe. Toda primavera política significa, a partir de París y Praga, un cambio radical del mundo.
Ayer llegó la primavera estacional a México, la que nos trae la tierra. Y al mismo tiempo estamos presenciando una nueva primavera política llamada cuarta transformación, que no sabemos bien a dónde nos llevará, pero en la que la mayoría de la población está dispuesta a participar.
Venimos de una coyuntura política cínica, inmoral, ineficiente, aniquiladora tras la cual nos merecemos una transformación que realmente lo sea.
Una transformación donde estén presentes pensadores de la talla de Sartre, Aragon o Cohn-Bendit. O estadistas internacionales de la talla de Walesa, Wojtyla, Havel, Reagan, Gorbachov o Kohl. Una transformación en la que los jóvenes salidos de las aulas universitarias logren cambiar con compromiso y con ideas al país.
Estamos en plena primavera y en plena cuarta transformación. Puede ocurrir que pase ligera la maldita primavera como cantaría Yuri o que realmente se propicie un cambio del sistema político del país, como en París, Praga o Medio Oriente.
En esta estación, más que nunca, lo único que florece es el compromiso por construir un país con una visión de largo plazo.
•Director de Extrategia, Comunicación y Medios