N
o deja de ser curioso que la leyenda del duque de Wellington, el gran vencedor en la histórica batalla de Waterloo, no esté tan mitificada como la de Napoleón Bonaparte tomando como referencia la potentísima maquinaria mediática británica.
La omnipresencia del general corso en
obras de culto de la literatura universal como Guerra y Paz de Lev Tolstói y los guiños stendhalianos en La cartuja de Parma y Rojo y Negro -además de sus estrambóticos homenajes biográficos, seguramente lo más delirante que haya escrito jamás el subteniente de dragones napoleónico devenido en novelista-, deberían explicar ciertas cosas sobre la trascendencia histórica de uno y otro en el imaginario popular.
Quizá la célebre actriz de comedia francesa de principios del siglo XIX, Mademoiselle Georges, amante del emperador
francés que luego encontraría cobijo en los envidiables brazos del duque, o la cantante de ópera italiana Giuseppina Grassini, pretendida y cortejada por los dos hombres más admirados de su tiempo, habrían sido claves para estrechar sus legados o distanciarlos definitivamente.
De Wellington, o Sir Arthur Wellesley
para ponernos más solemnes, siendo un napoleonista consumado, recupero una frase que va dejando pistas sobre el tamaño de personaje que se nos ha perdido por el camino: «Mi corazón está roto por la terrible pérdida que he sufrido entre mis viejos amigos y compañeros y mis pobres soldados. Créeme, nada excepto una batalla perdida puede ser la mitad de melancólica que una batalla ganada: la valentía de mis tropas hasta ahora me salvó del mal más grande; pero ganar una batalla como esta de Waterloo, a expensas de tantos galantes amigos, sólo podría calificarse de una gran desgracia, excepto por el resultado para el público».
Por eso, con el pretexto de visitar a Charlot en Leicester Square, me interné, casi a
hurtadillas, en Hyde Park, el gran pulmón londinense, para alcanzar y postrarme ante la estatua ecuestre del duque, quien, dicho sea de paso, también le debe buena parte de su fama al resurgimiento del ejército
prusiano comandando por Gebhard Leberecht von Blücher, príncipe de Wahlstatt, en la espesura del bosque. Qué peligrosa es la memoria selectiva.
•Lector, viajero y prospecto de escritor.
Dormí en el Wadi Rum y contemplé el rostro
imperturbable de la gran esfinge en la meseta
infinita de Giza. @Ricardo_LoSi