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La voz de una chamana

La voz de una chamana

Suplemento viernes 01 de marzo de 2019 -

Nacida en Chicago de padres mexicanos, Sandra Cisneros es la representante más notable de la escritura chicana. A los 64 años, la autora de la ya clásica novela La casa en Mango Street acaba de recibir esta semana el prestigioso Premio PEN/Nabokov de literatura internacional.

ALEXANDER HALL

Sandra Cisneros (Chicago, 1954) es la autora chicana más importante de nuestro tiempo. Se define a sí misma como una bruja buena que utiliza la literatura para sanar el corazón de los migrantes, una chamana con el corazón en México y en el mundo indígena.

Es autora de La casa en Mango Street y Caramelo, dos portentos de la literatura que dibujan el pulso del fallido sueño americano. En la primera, Esperanza Cordero expresa la nostalgia del exilio en el corazón hispano de Chicago: descubre el amor y se resiste a permanecer en ese mundo gris y racista; y en la segunda, se describe la historia de la familia Reyes, desde la voz de una niña curiosa que tiene el alma de una vieja abuela.

Ambas historias, que este año serán reeditadas por la editorial Planeta, parten de la nostalgia, atraviesan el exilio, describen la realidad de los migrantes atrapados en el cuerpo de dos países, y ya le han valido numerosos reconocimientos, como la Medalla de las Artes de Texas, la Medalla Nacional de las Artes, otorgada por el entonces presidente Barack Obama y hace unos días con el Premio PEN / Nabokov para literatura internacional.

Traducida a más de 20 idiomas, incluyendo francés, alemán, holandés, italiano, noruego, chino, turco y, recientemente, egipcio, griego y tailandés, Cisneros es autora de los poemarios Bad Boys (1980), Loose Woman (1994); de la antología Woman Hollering Creek y Other Stories (1981) y sus dos novelas más celebradas: La casa en Mango Street (1984) y Caramelo (2002). Su más reciente libro es Puro amor (2018).

Vía telefónica desde Washington, Cisneros se asume como una escritora feminista y activista latina, una migrante que pertenece a las Américas del Norte y del Sur, una poeta y ensayista que lucha por la esperanza del sueño americano y que observa en la literatura la medicina para un mundo enfermo.

Y aunque desde hace cinco años vive en el corazón de San Miguel de Allende, no se siente mexicana ni extranjera. “Yo no soy una ciudadana del mundo, sino migrante de todas partes que se identifica con la gente indígena porque tengo sangre indígena gracias a mi madre”, afirma con una voz que canta el español desde la cuna americana.

¿Cómo define hoy el sueño americano?

Para mí el sueño americano ya no existe. Es una fantasía, una mitología y ese poema (de Emma Lazarus) que dice “Give me your tired, your poor…”, no existe para nosotros los latinos. Pero hay gente que todavía luchamos por renovar esa esperanza, somos un grupo muy grande que integra la resistencia. Sólo así me animo, cuando voy a las protestas y veo tanta gente blanca, negra y latina que lucha y resiste. Eso me da ánimo.

¿No le importa que el presidente Donald Trump insista en obtener más y más dinero para el muro entre México y Estados Unidos?

No entiendo por qué no se invierte ese dinero en la cooperación de ambos países. Porque tanto México como Estados Unidos no quieren violencia, pero Trump sólo pone atención en las drogas que llegan y no voltea a ver la venta de armas y la compra de esas drogas. No habla de eso.

¿Cómo define a Trump?

Es un personaje que tiene una vista muy corta; no es un hombre muy inteligente y lo malo es que usa su ignorancia para convencer a la gente de que tiene miedo. Digamos que Estados Unidos tiene un líder con un punto de vista muy pequeño y una percepción falsa, porque él se ocupa de las vidas blancas, sin mirar a las miles y miles de vidas latinas e indígenas que se está perdiendo con estas políticas que adopta. Él no quiere valorar las vidas de la gente morena.

¿Es la moda del racismo que se ha instalado en todo el mundo?

Así lo veo. Y aunque el tema se aborda desde la literatura, para los políticos la literatura no existe. De cualquier forma, intentamos hacer lo que podemos con la palabra y con nuestra presencia, con la educación. Quizá yo no puedo salvar a todo México, pero puedo salvar a la gente con quien estoy en contacto.

¿Qué tanto ha cambiado la realidad chicana desde que escribió Caramelo y La Casa en Mango Street?

La situación es peor que cuando empecé a escribir sobre mi barrio, mucho peor que la memoria de mi adolescencia que transcurre en La Casa en Mango Street. Desafortunadamente estamos muy apachurrados como pueblo y como comunidades de color en Estados Unidos. Estamos más fregados que nunca.

Sin embargo, ese libro también ha tenido mucho impacto en China e Italia, así que no es sólo una historia para los Estados Unidos. El tema del racismo ha tenido mucho impacto y lo que pienso es que en este contexto los libros son una medicina. Desafortunadamente el mundo está enfermo y espero que mis libros puedan aliviar o, tal vez, ofrecer una dosis de esperanza a esos migrantes.

¿Considera que la escritura es una forma de activismo?

Siempre me he visto como una escritora política. Aunque no me aceptaron como activista cuando empecé a escribir. Incluso cuando se publicó La casa en Mango Street, mis colegas me dijeron que el libro no representaba la lucha de los chicanos. Recuerdo que me criticaron, pero el libro ha sobrevivido y ahora es un libro de activismo; me da mucho orgullo ser parte de las protestas, de esa resistencia que nació con mis antepasados literarios como Eduardo Galeano, Gwendolyn Brooks y Elena Poniatowska.

¿Cómo es la cocina de su escritura?

No sé cómo responder… intento escribir acerca de las historias que llegan a mí y me parten el corazón, intento escribirlas de manera que mis lectores puedan aceptarlas en su corazón.

¿La literatura es un arma?

En México muy poca gente puede comprar un libro, pero es importante resistir con las armas que tenemos. Mis armas son la pluma, mi boca y mi lengua.

RECUPERAR LA MEMORIA

Aunque Sandra Cisneros nació en Chicago, sus raíces son mexicanas. Del lado materno, sus abuelos migraron de un pueblito ubicado en las afueras de León, Guanajuato. Era 1915 y huían de la Revolución Mexicana.

Del otro lado, su padre abandonó México a finales de los años treinta, en plena Segunda Guerra Mundial, para no explicar a su familia por qué no se había apuntado a la UNAM.

“Él huyó como un vagabundo para evitar el choque con su padre, que era un militar muy estricto”, cuenta Cisneros. “Entonces mi padre compró unos documentos falsos y cruzó la frontera, pero la mala suerte hizo que esa identidad fuera llamada al ejército estadunidense. Ahí descubrió a muchos latinos que pelearon del lado estadounidense,aunque no sabían hablar inglés… pero eso le valió para convertirse en ciudadano”.

¿Cómo fue su contacto con lo mexicano?

Viví en una casa donde se mezclaban las lenguas. Siempre hablábamos español con mi padre y con mis parientes viajábamos al Cerro del Tepeyac, donde vivían mis abuelos paternos. En esos viajes entendí mi herencia y sentí mucho orgullo. Pero fue gracias a mi papá que nos arrancaba de nuestro mundo en Estados Unidos. Eso me educó y me dio descubrió mi mexicanidad, tal como sucede en mi novela Caramelo.

¿En quién se inspiró para describir a ese linaje de reboceros migrantes que vienen Caramelo?

En mi madrina María Luisa Camacho, quien me enseñó mucho sobre los textiles mexicanos. Ella era hija de reboceros y la entrevisté muchas veces para ayudarme a crear mis personajes. Al mismo tiempo fue una manera de honrar a mi madrina porque le robé muchas de sus historias.

¿Y sobre La casa en Mango Street?

Con esa novela quise ser muy política, pero a mis colegas no les pareció lo bastante chicano porque consideraron que no debía criticar a la comunidad chicana, sino sólo cantar las glorias del barrio. Entonces fui vista como una traidora, aunque lo escribí con todo mi corazón. Años después mis libros se siguen vendiendo y ahora trabajo en una adaptación a ópera. Se llamará Mango Suite y se estrenará el 18 de mayo con la Princeton Symphony Orchestra, bajo la dirección de Derek Bermel.

¿Volvería a vivir en Chicago?

Cuando muera no quiero que me regresen allá, no quisiera ser un fantasma que ande molestando; no quisiera que volviera ni una ceniza de mí. Es cierto que Chicago es un lugar donde se habla mucho en español, pero también es un espacio difícil para vivir si eres niño, mujer o migrante. Aunque no debo ser tajante porque alguna vez también dije que no volvería a México.

Por ahora lo que me interesa es recuperar la memoria que nos han robado y despertar tanto al blanco como al latino. Creo que el artista o el escritor debe ser el maestro, curandero y chamán que alimente a ese pueblo que sufre amnesia y olvida su historia. Nosotros somos los magos de nuestro tiempo que tenemos el deber de ayudar.


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IM/CR

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