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La voz del presidente

La voz del presidente

Columnas martes 14 de mayo de 2019 -

Pues al parecer Zapata sí tenía razón cuando dijo: “la silla presidencial está embrujada, cualquier persona buena que se sienta en ella se vuelve mala”. Y lo que demuestra la historia es que el Caudillo del Sur no necesariamente se refería a maldad pura y llana, aunque por ahí se colaron Victoriano Huerta —hombre malo entro los hombres malos que han gobernado este país— y uno que otro siniestrón como Gustavo Díaz Ordaz o Luis Echeverría.

Quizá la frase de Zapata tenía que ver con que al ocupar la silla presidencial, la mayoría de los presidentes pierden rápidamente sus virtudes y son devorados por sus defectos, sobre todo por el de la soberbia como lo estamos viendo con nuestro amado líder.

Salvo algunas excepciones como Benito Juárez o Lázaro Cárdenas, del resto de los presidentes lo más que podría decirse, y siendo muy generosos, es que fueron mediocres y de ahí en caída libre: malos, pésimos y “maldita sea la hora en que nos gobernaron”.

“¿Pero qué te pasa?” —seguramente dirá más de un lector ofendido—, “si Porfirio Díaz ha sido el mejor presidente que ha tenido México”. Podemos discutirlo, pero tenemos que partir de una afirmación que ni siquiera se presta a polémica: Porfirio fue un dictador y como tal hay que analizarlo.

El problema con los presidentes que llegaron al poder de acuerdo con lo estipulado en la Constitución de 1917 es que ninguno, ni siquiera nuestro amado líder, ocupó la silla presidencial con un Estado de derecho funcional y con instituciones sólidas.

De ahí la discrecionalidad que ha mostrado cada uno en su forma de gobernar, descrita magistralmente por Daniel Cosío Villegas para definir al presidente Echeverría como “el estilo personal de gobernar”, pero que aplica por igual para todos los presidentes de México. Esa discrecionalidad ha propiciado malos, muy malos gobiernos.

La formación política de todos nuestros gobernantes —incluido nuestro amado líder— nunca pasó por el respeto a la ley o a las instituciones, tampoco por las prácticas democráticas, todos se educaron bajo las reglas del juego impuestas por un sistema autoritario, corrupto, impune y dado a la simulación, adaptaron las reglas del poder a su entero gusto en vez de adaptarse a los límites, derechos, obligaciones y facultades establecidos por las leyes, lo cual sería lo normal en un Estado funcional.

Más temprano que tarde, una vez en el poder, los presidentes se percataron que podían hacerlo todo sin que nadie les pusiera reparos: decidir, ordenar, acallar, beneficiar a unos, desfavorecer a otros, hacer berrinches, cumplir sus caprichos siempre por el bien de la Patria y el interés nacional.

El denominador común entre los presidentes del siglo XX y los de la alternancia es que después de un par de años gobernando dejaron de escuchar, dejaron de prestar atención a las voces críticas, desestimaron a sus asesores, a la prensa y se fueron por la libre y he ahí los resultados.

Desde luego es una tontería juzgar el gobierno de nuestro amado líder a tan solo 5 meses y 14 días de haber ocupado la presidencia; sin embargo, lo alarmante es que desde el primer día ha gobernado escuchando una sola voz: la propia.

Nuestro amado líder, investido legítimamente por la voluntad popular, ha decidido escucharse solo a sí mismo y se ha cansado de ningunear a propios y extraños; de presentar sus decisiones como únicas, incuestionables y llenas de sabiduría, de afirmar hechos como si fuera infalible y de no perdonar ningún cuestionamiento. Su lógica de gobierno no obedece a la razón, las cifras, las estadísticas, los datos duros, sino al mexicanísimo, “lo hago porque puedo”.

Pero lo que más se parece a los viejos tiempos del priismo, no es su soberbia, sino que no exista una sola voz crítica —ya no en la oposición que dejó de existir hace meses—, sino en su círculo más cercano de colaboradores. ¿A poco es unánime la aprobación de todos sus proyectos dentro de su grupo cercano, gabinete, legisladores, gobernadores y partidarios de Morena? Eso no es otra cosa que servilismo en su máxima expresión, otro de los grandes lastres de nuestra cultura política que enquistado en la 4T.



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/CR

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