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Las varias muertes de Michael Jackson

Las varias muertes de Michael Jackson

Suplemento viernes 05 de abril de 2019 -

Leaving Neverland, documental que narra los abusos sexuales perpetrados por Michael Jackson en el rancho Neverland, obliga a plantearnos una pregunta incómoda: ¿qué hacer con el legado cultural del “Rey del pop”?

Mauricio González Lara

Michael Jackson ha experimentado varias muertes a lo largo de su existencia. La física ocurrió el 25 de junio de 2009 en una mansión de North Carolwood Drive, población localizada en Los Ángeles, California. Provocado por una sobredosis de Propofol y Benzodiazepinas, el fallecimiento sorprendió al mundo entero. No sólo debido a la relativa juventud del cantante, quien apenas superaba los 50 años, sino a raíz de la expectativa generada por This is it, una serie de conciertos programada para celebrarse ese verano en Londres. Más que una manifestación de renovada energía creativa por parte del artista, quien se había mantenido alejado de toda actividad musical tras el desempeño relativamente mediocre del álbum Invincible, el objetivo principal de This is it era la resurrección económica. Los fanáticos que agotaron los cientos de miles de boletos disponibles en cuestión de minutos no alcanzaron a disfrutar el retorno del ídolo, quien agobiado por las deudas y los malos manejos financieros accedió a regañadientes a realizar las presentaciones que supuestamente marcarían el final de su carrera.

Irónicamente, la muerte corpórea reactivó a la estrella como una referencia en el imaginario colectivo mundial. Su influencia es irrebatible. Pharrell, Bruno Mars y Justin Timberlake, entre muchos otros, no serían nada sin Jackson, una luminaria cuya habilidad para combinar la destreza y excentricidad dancística con un pop infectado de elementos del funk y el disco rayó siempre en lo prodigioso. La muerte del creador de Bad y Off the Wall también hizo evidente la pulverización de la industria musical, incapaz ya de producir fenómenos masivos. No importaba si se vivía en Asia o México, o si el escucha era de raza blanca o negra, ningún hogar de clase media estaba completo en los ochenta si carecía de una copia del disco Thriller, un objeto pop que llegó a ser casi tan ubicuo la Coca-Cola. Ningún artista puede presumir un logro así en la fragmentada oferta cultural de este siglo.

A casi diez años de su deceso, el “Rey del pop” enfrenta un nuevo golpe, una muerte más traumática y difícil de asimilar que la misma desaparición física. El 25 de enero, en el marco del festival de cine de Sundance, se exhibió por primera vez Leaving Neverland, documental dirigido y producido por el cineasta británico Dan Reed que gira en torno a los testimonios de Wade Robson y Jimmy Safechuck, dos hombres que narran las experiencias que vivieron con la estrella cuando fueron niños, las cuales incluyeron abuso sexual y múltiples formas de manipulación emocional y sicológica. De más de cuatro horas de duración, la cinta es devastadora: los detalles y las descripciones gráficas, coincidentes en ambos casos, no dejan lugar a la duda razonable: Jackson abusó de Robson y Safechuck a lo largo de un periodo que abarca poco más de un lustro e inicia cuando tenían 7 y 10 años, respectivamente. El primer contacto se da de manera casi inocente. Robson conoce a Jackson gracias a que gana un concurso de baile en Australia; Safechuck como resultado de interactuar con el ídolo en un comercial de Pepsi.
La seducción es intoxicante: el “Rey del pop” les dice que son ángeles, criaturas maravillosas que merecen lo mejor que la humanidad puede ofrecer. El cantante se empeña en que los niños se sientan especiales. El cortejo se extiende a las familias: viajes, comodidades, lujos, dinero.
La madre de Robson incluso se muda a Los Ángeles como resultado de una promesa de apoyo económico a cambio de que Jackson pase más tiempo con su hijo. Abrumados por la fantasía (“construí Neverland para ustedes”, les expresa el cantante), los niños se entregan con la fe del converso que abraza una nueva religión. Antes de erigirse como el “Rey del pop”, Michael tuvo que soportar el trato violento de su padre, el tristemente célebre Joe Jackson, quien lo sometió a humillaciones y brutales rutinas de entrenamiento con el fin de convertirlo en un ídolo. Un acierto sustancial de Leaving Neverland es que no intenta dibujar un perfil sicológico del artista; el interés, por el contrario, consiste en explicar los mecanismos que conforman la trampa para que la dinámica de abuso se desdoble sin represalias o el temor a ser descubiertos. Una vez comenzado el contacto físico, Jackson es insaciable. El sexo se extiende por todos los rincones de Neverland: recámaras, piscina, cine, jardines, carrusel. Los afectados ni siquiera lo perciben como abuso. Tanto Robson como Safechuck expresan sin resquemor el amor profundo que sintieron durante la infancia, cuando el cantante era “el universo” y “Neverland un paraíso que prometía un cuento de hadas cada noche”. Es complicado ver la verdad cuando se está cegado por el sol, y para los niños Robson y Safechuck no había estrella más luminosa que Michael.

Complicidades y negación

La etapa idílica en Neverland dura apenas unos meses. El documental señala como punto de ruptura la relación con Macaulay Culkin, el hoy olvidado protagonista de las cintas de Home Alone. En 1991, Culkin accede a aparecer en el video de Black and White y se convierte en el nuevo príncipe de Jackson. Pese a ser apenas utilizados como objetos sexuales de segunda mesa, Robson y Safechuck nunca dejan de ser leales. El artista se presenta ante ellos como una víctima que sacrificó todo para inyectarle felicidad al mundo. La dinámica es similar a la que ejerce el gurú de una secta: la realidad se divide entre los elegidos de Dios que habitan una burbuja autárquica (Neverland) y los agresores infieles que buscan destruir el paraíso. Jackson se proyecta como un Peter Pan que requiere del apoyo infantil para hacerle frente a la soledad y las amenazas del exterior. El poder que esta narrativa ejerce en Robson y Safechuck es tan intenso que, ya como adultos, acceden a colaborar con los abogados del cantante para desacreditar las demandas de abuso formuladas en años posteriores.

La toma de conciencia y el consecuente daño sicológico llegan después, cuando la confusión, los secretos y la vergüenza se tornan inmanejables frente a las responsabilidades de la vida adulta. La paternidad juega un papel decisivo. Los minutos finales de Leaving Neverland revelan a un par de hombres temerosos de establecer vínculos profundos con las personas que los rodean. La sanación, concluyen, no es una línea en la arena, sino un viaje por emprender. Para comenzar el recorrido es imperativo reconocer que toda su infancia estaba basada en una mentira: el amor inocente y desinteresado de Michael. Robson, un coreógrafo con una carrera exitosa que incluye montajes con Nsync y Britney Spears, se expresa con relativa entereza. Safechuck, en cambio, luce nervioso y vulnerable, como el niño asustado que alguna vez fue. Mentalmente, intuimos, Safechuck aún continúa atrapado en Neverland.
Tras la premier en Sundance, Leaving Neverland fue transmitida por una cadena de televisión de paga y se encuentra disponible en streaming a través de la aplicación HBO GO. El revuelo provocado por la cinta ha generado dos grandes conversaciones sobre la figura del “Rey del pop”.

La primera se relaciona con la complicidad y el reconocimiento. Los trastornos de personalidad de Jackson no se dan en el vacío. Si bien el documental se abstiene de sugerir la abierta colaboración de los padres de Robson y Safechuck en la pedofilia de Jackson, cuesta trabajo aceptar que fueran totalmente inocentes respecto de las verdaderas intenciones del artista. Safechuck, de hecho, ha manifestado que le resulta más fácil perdonar a Jackson que a su propia madre. La degradación física y mental del cantante era inocultable a mediados de los noventa: el chico negro y jovial del Thriller se había convertido en un grotesco hombre blanco cuyo rostro era una máscara inexpresiva y deforme. El público de la época percibía algo perturbador en el comportamiento infantiloide de Jackson —actitud que le ganó el mote de “Wacko Jacko” en los tabloides británicos—, pero optó por ignorar las señales de alerta a cambio de un suministro constante de baile y canciones. La fama crea una clase especial de impunidad, sobre todo en personalidades que consideramos “más grandes que la vida”. Sin verdaderamente proponérselo, el documental nos obliga a reconocer nuestra propia complicidad en los abusos perpetrados por Jackson. La segunda conversación generada por Leaving Neverland se centra precisamente en este dilema: ahora que no podemos negar que era un monstruo, ¿qué hacer con la música del “Rey del pop”?

Muerte definitiva

La cultura popular tiende a enfrentar sus pesadillas con ingenio. Prueba de ello es el Ayuwoki, el meme de moda en redes sociales compuesto por un animatronic de Elvis Presley y una máscara con el rostro deformado de Jackson. Si bien la imagen está tomada de un video que data de 2009 (My Ghoul Jackson, de Thomas Rengstorff), el nombre alude a la mala pronunciación de la frase “Annie, are you ok?” de la canción Smooth Criminal. La leyenda con la que se viralizó el meme cuenta que el Ayuwoki se aparece al filo de las tres de la madrugada para perpetrar actos impensables en los hogares donde encuentre personas despiertas. En “Teddy Perkins”, sexto episodio de la segunda temporada de Atlanta, serie creada y protagonizada por Donald Glover, Darius (Lakeith Stanfield) responde a un anuncio clasificado que ofrece un piano con teclas de colores. El instrumento es propiedad de dos hermanos: Benny Hope y Teddy Perkins. El primero fue una estrella que tocó con grandes músicos y vive recluido en una mansión debido a una enfermedad que le impide tomar la luz del sol; el segundo es un músico de menor nivel cuya existencia gira en torno al cuidado de Benny. Perkins ha transformado su aspecto mediante procesos de blanqueamiento de piel y cirugías que han tornado su cara en una máscara de perpetua expresión amable. Ambos hermanos fueron víctimas de un padre severo que los golpeaba bajo el argumento de que el rigor físico los convertiría en artistas. Detrás de su comportamiento afable e inofensivo, Perkins esconde planes siniestros para Darius. El episodio es un efectivo relato de horror que funciona como una deconstrucción de la figura trágica del “Rey del pop”, quien es presentado como víctima y victimario. Hoy no son pocos los que demandan la muerte cultural de Jackson a través de un boicot a su música. A estas alturas, el reclamo se antoja ocioso y un tanto hipócrita: todos los que crecimos con canciones como Billy Jean, Bad y Dirty Diana sabíamos que había algo podrido en la vida del artista, pero nunca hicimos nada para evitarlo. Quizá sea tiempo, eso sí, de redimensionar la manera acrítica en la que nos relacionamos con nuestros héroes culturales y evitar futuros ciclos de complicidad. Se lo debemos a todos aquellos que no lograron escapar de Neverland, incluido, desde luego, el propio Michael.



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IM/CR

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