Wislava Szymborska (1923- 2012), premio Nobel de literatura 1996, escribió durante algún tiempo textos en los que comentaba los libros a los que los críticos no concedían importancia: “libros de divulgación científica o cualquier tipo de guía”. Ahora esas prosas inteligentes y divertidas están reunidas en el libro Lecturas no obligatorias (Prólogo y traducción de Manuel Bellmunt Serrano, Alfabia, 2016) en cuya nota introductoria la escritora confiesa: “Pronto me di cuenta de que no era capaz de escribir reseñas y que ni siquiera tenía ganas de hacerlo. Que en realidad soy y quiero continuar siendo una lectora amateur sobre la cual no recaiga el apremiante peso de la constante evaluación. El libro es a veces el tema central: en otras ocasiones, sólo el pretexto para entretejer libres asociaciones”.
NO HAY DÓNDE ESCONDERSE
Estar en casa es tremendamente peligroso. A cada paso que damos hay peligro de muerte o mutilación. Incluso me atrevería a decir que cuantas más comodidades civilizadoras guardamos en casa, mayores son las posibilidades de que nos suceda una catástrofe. Vivir en una caverna era más seguro que todo eso, claro, siempre y cuando no interrumpiera en ella un tigre dientes de sable en ausencia de la gente que se encargaba de cazar. El folleto de A. Dziak y B Kamínski (pues la editorial no nos ha brindado sus nombres completos por economía de imprenta) nos prepara para cualquier eventualidad y nos muestra cómo se deben prestar primeros auxilios. Los autores, en un afán por instruir, han terminado por sobrepasar los límites del tema al que hace referencia el título [Accidentes domésticos]. Además de los accidentes en el ámbito doméstico, nos hablan de aquellos que nos pueden suceder en el patio, en el bosque o en el río. Y, finalmente, concluyen su trabajo con un capítulo titulado Modo de proceder en un caso de heridas masi vas (un cataclismo o un ataque atómico). La estupefacción del lector es total, porque en absoluto se espera un final como ese en un librito que tiene en la portada una casita de colores que se asienta sobre un pie vendado. En cierta ocasión, me preguntaron en uno de esos encuentros con el autor por qué no escribía sobre las bellas artes en lugar de ocuparme de analizar libros de divulgación científica o guías de todo tipo. Entonces respondí que las publicaciones de este género nunca terminan ni mal ni bien, y que eso era justamente lo que me gustaba de ellas. Ahora me doy cuenta de que debo desechar ese juicio y meditarlo otra vez. Ya no puedo estar segura de que el próximo libro que salga de la imprenta no sea un manual sobre el cuidado de los lactantes que culmine con el Apocalipsis.
EL HUMOR COMO HERMANO MENOR
El humor es el hermanito pequeño de la seriedad. Y entre los hermanos siempre hay una tensión constante. La seriedad mira al humor con la altivez que brinda la mayoría de edad y, por este motivo, el humor se siente acomplejado y desea en lo más profundo de su alma ser tan juicioso como lo es la seriedad, cosa que, por fortuna, no puede conseguir. En la biografías de los humoristas (en este caso me estoy refiriendo a las anotaciones biográficas de esta antología [Introducción al humor en francés], aunque éstas sólo confirman la regla) observo la constante y desesperada propensión por parte de los autores a buscar una creación que sea seria. Casi todos los humoristas cuentan en su haber con alguna triste novela o una pieza dramática que “ha caído en el olvido” y sólo sus trabajos humorísticos, con frecuencia tratados de un modo marginal hasta su suerte, le brindaron “un lugar duradero en la literatura”. En mi vida he leído una sola biografía que describiese justo lo contrario: “Escribía grandes tomos humorísticos y numerosas farsas que no le reportaban ningún éxito y sólo su dramático relato sobre las vidas de los campesinos centroeuropeos le hizo merecedor de la inmortalidad...” Curioso, ¿verdad? […]
Opino que tanto la gravedad como el humor son igual de valiosos y, por ello, espero con ansia el momento en que la seriedad comience a envidiar al humor a modo de revancha. El humor, por ejemplo, posee diversos matices, mientras que la gravedad no está sujeta a ninguna clasificación por categorías, aunque claramente debería estarlo. Señores críticos, ustedes que se sirven del término “humor absurdo”, ¡acuñen del mismo modo el de “seriedad absurda”! Distingan la seriedad refinada de la primitiva, la despreocupada de la macabra. No sólo la crítica; también le concierne al periodismo el poder utilizar en toda su expresión este vivificador concepto. ¿Acaso no necesitamos en la vida y en el arte el hallazgo de una seriedad sin pretensiones? ¿De una seriedad indecente? ¿De una gravedad ingeniosa? ¿De una que sea bienhumorada? Leería con placer sobre “un fuerte sentimiento de seriedad” en el pensador X, sobre “esa joya de la seriedad” del poeta Y, sobre la “impactante gravedad” del vanguardista Z. ¿Quién de entre los críticos se decidirá al fin a escribir que “a la floja pieza teatral del dramaturgo N.N. la salva la chispeante seriedad del epílogo” o que “en la poesía del poeta W.S., un tono de seriedad no intencionada sobresale por encima del resto”? ¿Y por qué no ha habido nunca hasta la fecha una columna dedicada a la seriedad en las revistas de humor? Y, ¿por qué hay tantas revistas dedicadas al humor y tan pocas dedicadas a la seriedad? ¿Por qué?)
Delia Juárez G. Editora y traductora. Es autora del libro Gajes del oficio. La pasión de escribir (2006); y de las antologías colectivas: Y sin embargo yo te amaba. 12 escritores interpretan a José José (2009), Mudanzas (2011), Anuncios clasificados (2013) y Así escribo. 53 escritores mexicanos y el misterio de la creación (2015).