Me parece que fue en el verano de 2015 en el restaurante El Cardenal en la calle de Tacuba. Porfirio Muñoz Ledo me invitó a comer y la charla se prolongó con la intensidad que le es propia a uno de los políticos más profundos e interesantes del México contemporáneo. Muñoz Ledo pudo ser presidente de la República.
Desde las Secretarías del Trabajo, con Luis Echeverría y de Educación Pública, con José López Portillo, fue tejiendo una trayectoria que finalmente estalló, envuelta en las intrigas de Palacio, el 9 de diciembre de 1977, cuando en Los Pinos, le pidieron su renuncia. López Portillo tenía preparado el boletín de prensa en el que se anunciaba la salida del secretario y la llegada, como relevo, de Fernando Solana.
Muñoz Ledo, acaso sin saberlo, le dio una lección al titular del Poder Ejecutivo, por la entereza con la que tomó la determinación. Confundido, López Portillo, dudó de la información que le transmitía el secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, y que fue la que produjo la salida del gabinete de un aspirante a “cosas más grandes”.
En un gesto, López Portillo rompió el comunicado y dejó que Muñoz Ledo se hiciera cargo de la propia narrativa de su salida, dando espacio político y tendiendo puentes que en el viejo sistema eran indispensables. Muñoz Ledo cuenta con una memoria fuerte, aceitada con la voluntad de crear, la que con el tiempo se convierte en biografía.
Hace cuatro años, su preocupación central era la Reforma Política en la Ciudad de México, encargo que tenía del Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera.
Se ocupaba, también, de otra de sus angustias: la unidad de la izquierda, la restauración de los caminos rotos, por buena parte del PRD y de los funcionarios capitalinos, con Andrés Manuel López Obrador.
Veía, cuando todavía existía mucha bruma al respecto, la posibilidad de un triunfo de López Obrador y le preocupaban, desde entonces, las líneas generales de un proyecto de nación.
A mí me parecía —y lo sigo creyendo— que la alternativa debería ser la de una izquierda socialdemócrata, alejada de los barrotes del nacionalismo revolucionario y de su lógica caudillista.
Pasados los años, Muñoz Ledo vio cristalizada la Constitución de la Ciudad de México y participó en uno de los cambios políticos más grandes de nuestra historia.
Pero lo hizo, y lo hace, sin perder su capacidad crítica, sin dejar de decir las cosas, como sobre el triste pacto migratorio con Donald Trump, el atraco contra la democracia en Baja California, o los riesgos de la Guardia Nacional.
El presidente de la Cámara de Diputados acaba de cumplir 86 años, y sin duda puede decir que han sido de mucha, mucha política.
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