En días recientes se ha discutido intensamente la irrupción de nuevos programas televisivos en los canales de la televisión pública mexicana. Sus conductores son figuras académicas o periodísticas ligadas y/o simpatizantes del Gobierno de la llamada cuarta transformación, aunque a veces no se lleven bien entre ellos. Ahí están Hernán Gómez Bruera (en cuya emisión a veces participará Gibrán Ramírez), John Ackerman, Sabina Berman. Adicionalmente, Jenaro Villamil fue designado presidente del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano (SPR) y Sanjuana Martínez titular de Notimex.
Esta colonización de los medios de comunicación públicos es consistente con la toma de poder morenista de numerosas instituciones del Estado mexicano. En todos los casos, la militancia es el argumento contundente para explicar los nombramientos. Se dice y con cierta razón, que también en gobiernos anteriores se nombraban figuras afines al gobierno, pero ¿no se suponía que esta administración sería distinta? Ahora bien, lo que no solía ocurrir con tanta claridad en otros sexenios (cuando menos se disimulaba un poco) es que la militancia definiera los criterios de conducción del medio público.
En el caso de Notimex, la tendencia se llevó a extremos de animadversión personal para descalificar la presentación de un libro de Héctor de Mauleón, autor que no goza de las simpatías de Sanjuana Martínez. En lugar de subir a su portal una nota informativa consignando exclusivamente los hechos, o cuando menos reseñando la obra presentada, se difundió una especie de editorial o nota interpretativa de los sentimientos del público en la presentación.
Por algún motivo, en medio de la proliferación de organismos autónomos durante gobiernos pasados, nunca se contempló dotar de autonomía a los medios de comunicación públicos. Se dejó al arbitrio del gobierno en turno la designación de sus titulares y el diseño íntegro de su programación. Si algún día los partidos políticos de oposición estructuran una agenda de gobierno real, valdría la pena voltear a ver los medios de comunicación públicos para prevenir la tentación de usar estos espacios con fines facciosos y propagandísticos. Dotarlos de autonomía y designar a sus directores desde el Congreso con criterios de profesionalismo técnico, revisión de trayectorias, prestigio, etcétera.
Estamos hablando de contenidos gratuitos que llegan a millones de espectadores y que en otro tiempo garantizaban una calidad cultural de alto nivel. Así por ejemplo cuando José María Pérez Gay dirigió el Canal 22. También está el problema de garantizar la representación del pluralismo político en esos espacios. Durante los gobiernos panistas y priistas, Lorenzo Meyer siempre estuvo presente como panelista en el programa Primer Plano del Canal Once. Nadie puede acusar a Meyer de simpatizar con los hoy inexistentes PRI o PAN.
En fin, una discusión que vale la pena iniciar para no repetir las mismas inquietudes sexenio tras sexenio.
•Internacionalista y analista político:
@avila_raudel
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