Una hora con cuarenta y ocho minutos dura este soporífero drama juvenil, que se siente cansado ya después de su primer hora, hecho con la mejor fórmula de literatura juvenil contemporánea – esto no es ningún halago- la cual es ya bien sabida por todos: dos jóvenes se conocen por causas del destino y en difíciles circunstancias; problemas económicos o de salud, sus personalidades opuestas generarán diferentes situaciones – cómicas y tiernas por igual- y conforme avanza la trama la renuente amistad se transformara en un fatídico amor.
Ejemplos de lo anterior varios: Bajo la misma estrella (2014) Si decido quedarme (2014), Todo, todo (2018) o El sol también es una estrella (2019), por mencionar algunos. Me quiero comer tu páncreas, película basada en el manga del mismo nombre de Yoru Sumino, siendo esta su segunda adaptación, la primera es de 2017 en Live Action.
En este drama juvenil veremos la historia de un chico sin nombre —conforme avanza la trama se dirá por qué — que encuentra en el hospital el diario de una joven que resulta ser su compañera de clase y la cual narra que tiene problemas con el páncreas, problemas que solo pueden ser tratados superficialmente, ha sido desahuciada.
Ella, al buscar su diario se encuentra con el chico retraído y decidirá que este será su único confidente y compañero de aventuras, no es porque no tenga más amigos, la joven es tremendamente popular, pero ha decidido mantener su enfermedad en secreto porque una noticia así a sus amigas cercanas les partiría el corazón.
Los ilógicos dentro de la trama se aparecen desde los primeros minutos, todos, eso si, efectivamente acomodados para generar la pronta simpatía del espectador y la lágrima fácil, sucesos como la decisión de no confiar en sus amigos cercanos, confiar en alguien a quien no conoce y este aceptando tácitamente las reglas y proposiciones, la casi nula presencia de los padres de familia —aparecen después de una hora de avanzada la trama— la inexistencia de dolores físicos de una enfermedad terminal o el desgaste de esta.
Los puntos buenos son pocos y el principal es la invitación a los jóvenes a dar pie a mitades reales, duraderas y humanas —es decir fuera de este mundo de redes sociales—. Lastimosamente ni el director, ni el guion lo hacen de manera consciente, por algún extraño motivo dentro del filme las redes sociales son mínimas, decisión extraña al tratarse de adolecentes japoneses. Por otro lado la animación cumple pero no brilla y para quienes esperan secuencias como las presentadas en Tu nombre (2017), Perfect Blue (1997) o 5 centímetros por segundo (2006) se van a quedar con las ganas.
Me quiero comer tu páncreas es solo disfrutable si dejamos pasar las decenas de huecos argumentales, y no nos interesa demasiado lo verdaderamente crudo que resulta ser portador de una enfermedad terminal o convivir con una persona convaleciente.