En Phuket conocí a un siberiano kilométrico en un bar de rock americano. Ni siquiera en Woodstock se había visto a un sujeto más enardecido por los riffs y batacazos de aquellas viejas bandas de garage.
Tomaba sólo cerveza, según recuerdo. A partir de ese momento comencé a
cambiar mi percepción sobre los rusos, pero había que viajar para confirmar una teoría así de desafiante.
Moscú, la capital de la Rusia contrarrevolucionaria de Vladimir Putin, significó un antes y un después. Con la iglesia
ortodoxa fungiendo como mecanismo político estabilizador, Putin ha utilizado el gas y el petróleo como herramienta geopolítica para expandir su influencia por el mundo. No es un tipo sensible, sino todo lo contrario. Domar osos es su clase de meditación. Nadie habla abiertamente de la falta de transparencia de su último proceso de reelección, pero parecen, tímidamente, respaldarlo.
La visita a un búnker en pleno corazón
moscovita me remitió a los días de esplendor de la dictadura del terror de Stalin, el mefistofélico sucesor de Lenin. Un sujeto con la pinta de doble agente nos dio la bienvenida. Mientras nos explicaba la naturaleza del sitio con un inglés británico estilizado, yo no podía dejar de ver su corbata, a la que visualizaba como una infalible arma homicida. Contrario a lo que pensaba, salí con vida.
La cita con el legendario Bolshoi era
impostergable. Estigmatizados como una representación de arte imperial, el teatro y ballet clásico ruso sobrevivieron contra pronóstico a la revolución bolchevique. Bajo el manto del monumento consagrado a Karl Marx, el edificio neoclásico, coronado por la famosa cuadriga de Apolo, se levanta imponente a pocos kilómetros de la Plaza Roja.
Viajar es, en resumidas cuentas, derribar
mitos. Ni se trata de un paraíso de agentes encubiertos ni el recinto de la hostilidad. Desmonté el estereotipo del ruso indiferente. ¿Para qué habrían de hablar otros idiomas si pueden sonreír? Tienen a las mujeres más hermosas, capitales monumentales, una extensión territorial inconmensurable, un atributo cultural infravalorado y la madurez emocional de una sociedad que descubrió las bondades del capitalismo en las paredes de un KFC.
•Lector, viajero y prospecto de escritor.
Dormí en el Wadi Rum y contemplé el rostro
imperturbable de la gran esfinge en la meseta
infinita de Giza. @Ricardo_LoSi