La importancia del funcionariado como agente en la construcción y manutención del sistema político, será de vital importancia para la historia de la modernidad, perfectamente ligada a la edificación del Estado-nación. No podríamos siquiera referirnos al éxito del constructo estatista, con todas sus virtudes y sus vicios, sin las corporaciones de especialistas-técnicos egresados de las universidades.
La Edad Media se encuentra caracterizada precisamente por la limitancia de especialistas en áreas administrativas. Principios como la honestidad, la religiosidad y quizás medio saber leer, escribir y realizar algunas operaciones, distinguían en las sociedades feudales de un grueso dedicado a labores agrícolas. Sin duda el poder eclesiástico, poseedor del conocimiento más elevado de la época, permitía a sus miembros acceder carreras eclesiásticas o civiles portentosas, pues como dirá Francis Bacon, “Saber es poder”, y esto no es un reconocimiento ingenuo bien intencionado, es un auténtico precepto de verdad.
Los gobiernos civiles comprendieron muy bien que la única manera de lograr fortalecerse frente a poderes como el religioso, era crear su propio estamento civil de profesionales de carrera. Universidad y poder: intelectualidad y gobierno, un par de dicotomías del gusto de Max Weber cuando en Economía y Sociedad estudia la construcción del poder al amparo de la especialización. Juzgar a un funcionario, es a partir de su efectividad al frente de la labor desempeñada, realizarla con eficiencia, sin confundirlo o con su vida privada, o con posibles faltas que pudiera cometer abusando de su cargo. Desde el inicio de los Estados, se perfeccionaron los medios de coacción ante los transgresores, y nadie con mediana cordura se le habría ocurrido siquiera poner en choque valores como la eficacia y la honestidad, sin antes preocuparse por fomentar ambas, que no es lo mismo que despreciar la primera, y entregarse a la segunda, pues el costo de la ineficacia, en pos de almas bienaventuradas, se habría traducido en la anemia crónica que habría impedido siquiera la construcción del modelo estatista.
Los resultados (que es lo que realmente importa en un gobierno), fueron sorprendentes: incorporar a contingentes de especialistas en el gobierno, a través de principios como el salario, obtuvieron una masa asalariada leal por su estipendio, a su vez que su entrega a instituciones como la recaudación fiscal, incrementaron los ingresos de la Corona, por lo que esta incremento su presencia a través de ejércitos regulares bien equipados capaces de imponer la ley en los rincones donde otrora imperaban los señores o los bandidos —muy típico de la Edad Media—. Hablar de absolutismo, no es referirse al poder de un tiranuelo carismático automistificado, sino a la comprensión de que hacer imponer la ley a todos por igual, bajo un poder racionalmente centralizado, impediría la fragmentación del poder, del territorio y de las lealtades.