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"No sé si poner la “e” a todo sea la solución u otro lenguaje impositivo"

Entornos martes 18 de junio de 2019 -

POR MARTHA ROJAS

La taiga, es la zona más próxima al Ártico. Sus condiciones climáticas, que en invierno pueden alcanzar los -30ºC, hacen que todo lo humano parezca lejano. Es quizá el último lugar al que alguien quisiera huir. Pero, ¿por qué alguien quisiera escapar a un lugar lleno de coníferas, lobos y hadas?

La taiga aparece como ese escenario inhóspito y puro en donde confluye la realidad con la ficción. Es la zona en donde la escritora Cristina Rivera Garza se permite trazar una anécdota detectivescamente simple, para abordar con profundidad y sutileza un tema en boga: la desigualdad de género.

El mal de la taiga, presentada por primera vez en 2012, es relanzada por Literatura Random House a propósito de su traducción al inglés, que le valió a la autora una nominación al Premio Shirley Jackson, que reconoce lo mejor dentro del género de la ficción y el horror.

Aunque la novela corta narra la historia de un hombre que encomienda a una detective hallar a su esposa, que se fugó con otro hombre, el trasfondo está lleno de cuestionamientos acerca de cómo las narrativas y el lenguaje construyen el mundo que asumimos como real.

En entrevista a ContraRéplica, Rivera Garza, explica que en todo proceso de escritura siempre se encuentran otras voces, lo que hace de ello un ejercicio colectivo.

“Me interesaba la relación entre lo fantástico y lo real. En todo proceso de escritura hay otras voces encontradas de maneras muy específicas. Por ejemplo, en las tramas policiacas, el detective siempre es un hombre que investiga asesinatos de mujeres. Definitivamente el género siempre está involucrado en cualquier cosa de la que se escribe, desde el momento en el que se dice “la silla” y no “el sillo”. No nos podemos desmarcar de estás cosas tan orgánicas, de procesos tan inmanentes a lo que somos”, dijo.

En ese sentido la autora dijo que cuando se escribe no es, necesariamente, desde una perspectiva crítica, pues eso depende de los posicionamientos políticos y estéticos del escritor, pero que el género es una cuestión imprescindible por lo que se deben crear narrativas en las que el género sea “un punto de partida y no de llegada”.

“El que tengamos discusiones sobre si debemos o no sustituir por la “e” la “a” y la “o” abre una ventana de diálogo sobre la inclusión. Cuando aprendí historia en la primaria siempre escuchaba: “la historia del hombre” y tenía problemas para verme incluida. Tenemos que seguir escuchando a antropólogos, feministas, leer encuestas. Mi intuición me dice que sí necesitamos formas de lenguaje que sean capaces de plasmarlas complejidades del aquí y el ahora.

No sé si ponerle a todo la “e” sea la solución u otra forma impositiva del lenguaje, pero me parece fundamental tener esa conversación sobre la desigualdad de género”, agregó.

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IM/CR

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