Tenía una voz que salía de la profundidad del tórax. Veía de frente y convencía, con argumentos, pero sobre todo con las certezas que sólo provienen de la coherencia. Así era Othón Salazar, un profesor peregrino, porque desde 1960 le quitaron su plaza de docente y le impidieron educar desde las aulas.
Desde el poder nunca le perdonaron las movilizaciones magisteriales que iniciaron a finales de los años cincuenta y mucho menos las exigencias de libertad sindical y de una educación que promoviera el ascenso social.
59 años después de esa arbitrariedad y a 11 años de su muerte, el Gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador instituyó la medalla “Othón Salazar Ramírez” para reconocer trayectorias de los maestros y para reparar una injusticia prolongada en el tiempo.
El profesor, después de todo, resume muchos de los anhelos que irían cristalizando, a lo largo del tiempo, en la necesidad de una educación pública a la altura de las circunstancias.
A Salazar, el presidente Adolfo López Mateos y el secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, le temían y los líderes del SNTE también. Sabían que no podían controlarlo, porque no le interesaba el dinero y estaba dispuesto a pagar con la cárcel, como ocurrió, la continuidad de sus convicciones.
Contaba con el apoyo de miles de profesores que vieron en él la esperanza de un sindicalismo propositivo y con una agenda centrada en sus integrantes y no en los apetitos, muchas veces voraces, de sus dirigencias. Por ello, entre otras cosas, lo hicieron dirigente de la Sección IX del sindicato de docentes más poderoso del continente.
Salazar nació en Alcozauca, Guerrero y se formó en la normal de Ayotzinapa y en las filas del Partido Comunista Mexicano (PCM). La solidez para el trabajo y la argumentación para proponer un país distinto.
A finales de los setenta y bajo las siglas del PCM logró algo que en aquello años parecía imposible: ganó la elección para la alcaldía de Alcozauca.
Hizo un buen gobierno, lo que le permitió a la izquierda prolongar sus mandatos en esa región de La Montaña, por un par de décadas. Rompió el dogma de que la democracia no daba resultados.
Militó en el PRD, pero al final de su vida se distanció desilusionado.
Ahora que lo reconocen, sospecho que el profesor rechazaría tanto la herencia de Elba Esther Gordillo como la de la CNTE. A la primera, porque nunca comulgó con políticos enriquecidos y cercanos al poder en turno y con los segundos, porque no se puede impartir una educación de calidad si no se dan clases, si se roba lo más importante a los niños de bajos recursos: su tiempo, las horas de estudio que puede ayudarlos a tener una vida mejor.
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