En la elección interna priista no se está jugando un cambio de dirigencia, sino el futuro de la oposición y el sistema de partidos mexicano (lo que queda de él).
Una candidatura representa la ruta de la alineación con el Gobierno, el sometimiento en aras de ganancias cortoplacistas. La renuncia a tener un criterio independiente en el poder legislativo para fomentar las aspiraciones presidenciales de un personaje. Otro es el prospecto de tomar un rumbo lento de construcción de una estrategia opositora que le permita al partido buscar la representación de grupos progresistas pero insatisfechos con el actual gobierno.
Un proceso electoral abierto a la militancia. Magnífico y aplaudible compromiso democrático. “No siempre las buenas acciones son oportunas y eficaces”, escribió Maquiavelo. Sin la participación del INE ¿tiene el PRI credibilidad suficiente para organizar una elección de esa magnitud? ¿Dispone del presupuesto necesario para ofrecer garantías de imparcialidad? A lo largo de su historia, las elecciones internas del Revolucionario Institucional no se han distinguido por su transparencia o certidumbre sobre los resultados.
Si se la juega por la libre, el PRI estará sujeto a todo tipo de impugnaciones: desde la validez o no de su padrón insuficientemente depurado (eufemismo para no decir plagado de irregularidades) hasta la posible pérdida del período de gracia en términos de multas por afiliaciones indebidas. Quebrado políticamente en la elección anterior, el PRI se encuentra a un paso del abismo de la quiebra financiera.
En otro tiempo llamado “el gran partido de México”, el PRI hoy se expone a la extinción, la condición de lacayo de Morena (con librea si se quiere, pero lacayo a fin de cuentas) o un complicadísimo proceso de renacimiento. En cualquier caso, el resultado más probable será una ruptura interna muy difícilmente reparable entre los diversos grupos internos. Las posturas públicas no se prestan a una conciliación simple. Históricamente el PRI formó y cobijó a los políticos con más oficio del país, dueños de esa pasión distintiva de los profesionales de la política, que viven consagrados a ella las 24 horas del día. “Hagamos política en todas partes”, expresaba don Jesús Reyes Heroles, el más grande de los ideólogos del partido.
Hoy hace mucha falta ese oficio pero aún con él, las salidas negociadas ya se antojan imposibles.
La fortuna, ese factor decisivo en la política al cual se refería Maquiavelo, no favorece en estos tiempos al PRI. El PRI fue una singularidad histórica en el escenario internacional. Es posible que en esta generación nos toque presenciar su desaparición. Se avecina un choque de trenes estrepitoso, con potencial catastrófico. Lo dicho, una elección maldita. Dependiendo de la capacidad y determinación política del priismo, no habrá final feliz, pero todavía puede haber final exitoso.
•Internacionalista y analista político:
@avila_raudel