El Presidente de México reiteró el viernes pasado que no acudirá al encuentro del G20. “He tomado ya la decisión de no asistir a Japón, a la cumbre de los 20 países, pero vamos a estar muy bien representados, va a estar en Japón Marcelo Ebrard y Carlos Urzúa, yo voy a quedarme en México porque estamos consolidando todo el proyecto de desarrollo, de bienestar, y tenemos también el compromiso de informar el día 1 de julio.” Nadie puede celebrarlo.
Primero, como ya dije en otra columna, el Secretario de Relaciones Exteriores y el Secretario de Hacienda y Crédito Público no son jefes de gobierno, así que no recibirán trato de iguales por los gobernantes de las potencias planetarias. No van a dejarlos entrar a reuniones de acceso restringido a los titulares del gobierno. Nadie duda de las capacidades de Ebrard o Urzúa, pero no se trata de una reunión ministerial. El gobierno mexicano comete un desaire al rechazar esta invitación que ya quisieran muchísimos otros países y sentarse en la mesa de negociación de las naciones más industrializadas.
Segundo, en la Cumbre del G20, el presidente de México podría poner a discusión entre sus pares los temas de interés para nuestro país. Por ejemplo, bilateralmente, en una conversación con el presidente Trump de Estados Unidos, para afinar los detalles de las negociaciones migratorias en curso. O bien podría invitar a la celebración de compromisos multilaterales con varios gobiernos en cuestiones migratorias y a la emisión de una declaración conjunta en el corto plazo.
Tercero, la justificación es francamente pobre. “El compromiso de informar el 1 de julio” no se entorpece en absoluto por asistir a un encuentro internacional el 28 y 29 de junio. Tiene más de 24 horas para regresar a tiempo e informar cualquier cosa. Tampoco queda muy claro cómo dejaría de consolidarse “todo el proyecto de desarrollo, de bienestar” por un viaje de unos cuantos días.
Cuarto, la República Mexicana y no nada más este gobierno, es quien absorbe los costos de la decisión, pierde presencia y proyección internacional. Hay una responsabilidad más allá de los planes propios de cada administración. El Presidente de México no es únicamente nuestro Jefe de Gobierno, sino el Jefe de Estado, y como tal tiene una responsabilidad de cuidar el buen nombre de México en el exterior. Si México se autoexcluye de participar en ejercicios de diálogo tan trascendentales como éste, está renunciando a su responsabilidad internacional frente a los grandes desafíos de nuestro tiempo.
Quedará marginado de posibles determinaciones y compromisos que afectarán el rostro geopolítico del siglo XXI y aunque AMLO pueda pensar que no, eventualmente afectarán la vida de los mexicanos. Ojalá el Secretario de Relaciones Exteriores lo convenza de cambiar de opinión.