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Pero qué necesidad

Pero qué necesidad

Columnas jueves 28 de marzo de 2019 -

"Pero qué necesidad” podría ser el tema musical de este sexenio. Y es que de la nada, sin deberla ni temerla, de pronto dejamos 2019 y despertamos el 13 de agosto de 1521, fecha en que cayó Tenochtitlán, gracias a la carta que nuestro amado líder le envió al rey de España y que desató una edición posmoderna de la conquista —sigo pensando que era innecesaria—.

Dejando de lado a quienes odian al nuevo régimen y a quienes lo aplauden sin posibilidad alguna de crítica, lo asombroso es que en pleno siglo XXI tenemos una sociedad que, en su mayoría, sigue viendo la Conquista como una afrenta personal actual y en cuyo imaginario los españoles trajeron a nuestras tierras todas las calamidades habidas y por haber e irrumpieron en esa especie de paraíso terrenal, donde los pueblos indígenas se dedicaban a las artes, a ver las estrellas, a recitar poesía, a tomar pulque, a comer sanamente y todo era armonía y felicidad.

Dentro de esa visión maniquea con la que fuimos adoctrinados en el siglo XX, no falta quien insiste en que los españoles cometieron un genocidio en América; y puede ser peor, hay quienes sostienen que los españoles emprendieron una guerra bacteriológica por la epidemia de viruela que diezmó a Tenochtitlán en 1520. Por el bien de todos, es necesario acercarnos a las nuevas interpretaciones sobre el proceso de conquista para no quedarnos con el discurso facilón, patriotero y nacionalista, pero muy vendible, que nada tiene que ver con lo que sucedió desde 1519.

Pero esta historia continúa. Marcelo Ebrard, nuestro flamante canciller, expresó que la carta enviada por el presidente “es una propuesta de reconciliación histórica”. La única frase que cabe aquí es “Dios mío llévame pronto”. Llevamos casi 160 años muy amiguis, como para venir a decir hoy que debemos reconciliarnos.

En la primera mitad del siglo XIX, los españoles se ganaron a pulso que los mexicanos desarrollaran un sentimiento antiespañol genuino y legítimo, pero no fue porque la conquista siguiera doliendo 300 años después, sino por el comportamiento que España mostró frente a México después de la independencia. No cabe duda, los españoles se pasaron de lanza. Para empezar la corona no reconoció nuestra independencia en 1821 sino hasta 1836 —y además un 28 de diciembre, quizá hasta nos hicieron inocentes—; las tropas españolas acuarteladas en San Juan de Ulúa siguieron bombardeando Veracruz hasta 1825 cuando finalmente se rindieron; en 1829, se les ocurrió que era buena idea un intento de reconquista, pero fracasaron con todo éxito en Tampico —por cierto, Santa Anna se vistió de héroe.

Todos estos agravios propiciaron que durante la década de 1820, el gobierno mexicano decretara en dos ocasiones la expulsión de españoles; que la gente acusara a los españoles de haber provocado la epidemia de cólera morbus de 1833, que la muchedumbre mexicana intentara en varias ocasiones destruir los restos de Hernán Cortés y que siempre vieran a España como una enemiga potencial.

Sin embargo, en 1862 llegó el momento de la reconciliación en circunstancias peculiares. Cuando Juárez suspendió por dos años el pago de la deuda (1861), Inglaterra, España y Francia mandaron sus escuadras a México para cobrarle a la fuerza. Juárez llegó a pensar que España aprovecharía la situación para reconquistar su antigua colonia. Pero no fue así, a través de su representante, don Juan Prim, España reconoció al gobierno de Juárez y a la República. Ese momento que es casi desconocido, significó la reconciliación definitiva entre ambos países.

Luego vendría la migración española en el porfiriato, las fiestas del Centenario de la independencia en las que España tuvo un lugar preponderante y como gesto de amistad, devolvió el uniforme del cura Morelos; más adelante a México le tocó abrazar a España: abrió sus puertas a los refugiados españoles en 1939.

México y España llevan casi 160 años reconciliados —ni siquiera cuando López Portillo nombró a Díaz Ordaz embajador en España (1977) se resquebrajó la relación—.

¿Necesitamos una reconciliación histórica? Sí, pero no con España, sino la de los mexicanos con su propia historia.


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/CR

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