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Poder y política

Poder y política

Columnas martes 09 de abril de 2019 -

Además de sus méritos fílmicos propios, la película El Vicepresidente (Mckay, 2018), vista desde un prisma que se hace cargo de los peligros de la globalización, es en realidad una severa admonición sobre los efectos perniciosos en el mundo de la concentración del poder político en pocas manos y, encima, estadounidenses.

El vehículo para demostrarlo es el caso particular de Dick Cheney, vicepresidente de George W. Bush (2000-2008), quien para aceptar el cargo condicionó obtener el control de “asuntos mundanos” como la milicia, las relaciones exteriores y la energía, que a su vez son las tres más importantes expresiones del poder estadounidense en el mundo y son las herramientas duras y concretas que le permiten a Washington y a sus clases dirigentes ejercer una hegemonía política y financiera incontrastable cuando menos desde finales de la Segunda Guerra Mundial.

La película nos muestra el despliegue del aparato de la Unión Americana de comunicación política, que incluye al gobierno federal, las grandes cadenas de televisión y los grandes corporativos de internet, para lograr a través de su prevalencia global y sin información suficiente o motivos adecuados, persuadir a la sociedad estadounidense, y con ella al resto del mundo, por ejemplo, de que Sadam Hussein contaba con armas químicas de destrucción masiva y ponía en peligro la estabilidad entera de la región, la que coincidentemente, cuenta con enormes yacimientos de hidrocarburos y goza de una ubicación geográfica desde la que quedan prácticamente a tiro de piedra sitios y zonas simbólicas y estratégicas como Israel, Egipto, la península arábiga e Irán y Afganistán.

Es importante verla porque es el buque insignia de la fuerza corruptora global del modelo político y económico neoliberal, y de los daños y secuelas que deja a su paso en términos de pobreza, guerra, hambre y dolor humano, así como las lesiones que le propina a la fibra misma y futuro de las democracias modernas y a los principios de igualdad, solidaridad y libertad que deberían regir la convivencia social, y todo esto mientras la élite de las élites acumula más riqueza económica y mayor poder político, magnificando sin misericordia la brecha con los desposeídos.

El film es fundamental para entender el siglo XXI porque desnuda las dinámicas de flujo y reflujo entre el dinero privado y el poder público, que son planos entre los que transita una élite súper privilegiada que concentra gran parte de la riqueza del mundo entero, con aspiraciones geoestratégicas de dominio planetario, mediante el que determinan en gran medida y a cualquier precio, las grandes pautas en materia de consumo, cultura y recreación, avasallando consideraciones científicas y morales sobre el daño al medio ambiente, la soberanía de los Estados sobre sus recursos naturales, la salud humana, la viabilidad de los sistemas educativos o la defensa y promoción de los derechos humanos.

•gsergioj@gmail.com
@ElConsultor2

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/CR

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