“Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Me resulta interesante citar el Evangelio de Lucas, para comenzar con la crítica de Polvo, filme debut como director de José María Yazpik, porque sobre esto gira la fábula que nos cuenta. Sobre la riqueza, sobre hacer el bien, sobre servir a dos amos. Una tragicomedia sobre un antihéroe mexicano, que de mexicano tiene mucho y de héroe poco.
El chato (Yazpik) regresa a San Ignacio -su pueblo natal- lleva diez años sin pisar el árido suelo que parece escupir calor. Su sueño era convertirse en actor de Hollywood por eso se fue y es por eso mismo que la noticia de su regreso genera grandes expectativas.
El chato trabaja para el narcotráfico de Tijuana es enviado a su pueblo ya que por error un cargamento de cocaína cayó ahí. Su patrón espera que recupere el cargamento sin soltar un tiro; debe ser sencillo, la gente lo conoce, de no ser así... bueno ya nos imaginamos todo lo que sucederá.
El artista regresa a su pueblo. El artista no se hizo artista, pero trabaja para una empresa farmacéutica que accidentalmente perdió varios paquetes de un poderoso fármaco. Por cada kilo recuperado les darán cien dólares.
¿La suerte cae del cielo? O en este caso ¿el infortunio? Yazpik sorprende con la atinada comedia sobre el narcotráfico en México llenando la pantalla de metáforas sobre metáforas, de parábolas y de chistes tan atinados como elegantes. La crítica sobre un país enfrascado en el inocente pueblo de San Ignacio y sus trescientos habitantes, todos ellos variopintos. Todos ellos buscando los paquetes del fármaco y dejando de lado la escuela, los entrenamientos de baseball y las labores diarias, porque una oportunidad así, no cae del cielo dos veces en la vida.
Mención aparte al elenco que va desde Angélica Aragón, pasando por Chucho Ochoa, Joaquín Cosío, Mariana Treviño -encantadora- y Giovanni Florido, aquel que recordamos por atlético San Pancho, otra comedia en donde también las oportunidades caen del cielo.
Y así entre la tragedia, la comedia y las cervezas servidas en copa, nos reímos de nosotros mismos, de nuestros acentos, de la inocencia que se va, de la bienvenida a la riqueza económica. Si bien pareciera que el final de Polvo es anticlimático -porque así se siente- lo cierto es que es calcinante: la mirada vacía del Chato, es la mirada vacía de México, el México que se pregunta ¿en qué momento dejamos que todo se fuera a la basura? ¿en qué momento dejamos que el país se convierta poco a poco en una tragicomedia en donde nadie gana?