En días recientes trascendió en varias
notas periodísticas que de acuerdo con algunos indicadores, Marcelo Ebrard, Secretario de Relaciones Exteriores, es menos popular que Arturo Herrera, Secretario de Hacienda y Crédito Público. En medio de la rumorología nacional y del deporte del tapadismo, no faltará quien utilice esas notas para empezar a especular sobre la decisión sucesoria del Presidente de México. La caballada opositora se observa tan distante (por ahora), que la discusión pública en estos temas se concentra en la popularidad mediática de los miembros del gabinete presidencial. Exactamente igual que en la época de partido único con el PRI.
Ironías de la vida.
Resulta por demás llamativo que a los medios
de comunicación no le interese saber quién de los secretarios obtiene mejores resultados al frente de su dependencia, o por lo menos a quién percibe la población como el secretario o secretaria más eficaz en su trabajo. La discusión suele concentrarse en estos casos en popularidad a efecto de sondear quién tendría mayores alcances electorales. Uno supondría que la consideración de mayor peso en el Presidente (¿ya volvimos a la época del elector único?) sería quién quién ha prestado un mejor servicio a los mexicanos y no simplemente su arrastre popular en una elección, pero ya no se sabe.
Por lo demás, ninguno de los secretarios ha manifestado todavía ninguna aspiración electoral para 2024. A Ebrard se le atribuye esta ambición únicamente por inferencia, en la medida que quiso ser candidato presidencial del PRD en 2012 pero declinó a favor de AMLO. No obstante, Herrera nunca ha expresado en público ningún tipo de interés por competir en la grande. Uno pensaría que las figuras de más edad como Manuel Bartlett u Olga Sánchez Cordero están descartadas de la competencia, pero en estos tiempos muchos políticos de antaño logran conectar con los más jóvenes.
Del otro lado están figuras más jóvenes como Román Meyer o Luisa María Alcalde, de quienes se habla menos en los medios de comunicación pero trabajan empeñosamente en el cumplimiento de sus respectivas tareas. Si hemos vuelto al juego del tapadismo, donde el Presidente escoge un candidato presidencial de una baraja integrada por miembros del gabinete, no se puede dar por descalificado o descalificada a nadie. En el horizonte unipartidista del México contemporáneo se vale hacer todo tipo de apuestas y ninguno de los miembros del gabinete puede desestimar como enemigo pequeño a otro u otra.
Morena ha demostrado que es un partido sin canales institucionales para dirimir los conflictos internos (para muestra lo ocurrido en las dos cámaras en las últimas semanas) y depende exclusivamente de la voluntad presidencial como factor de cohesión.
Es de suponer entonces que será el Presidente quien determine al candidato o candidata. ¿A usted cuál le gusta? ¿Quién le parece más eficaz?
•Internacionalista y analista político:
@avila_raudel