Durante la Guerra Fría, en México se construyó la idea del presidencialismo omnipotente. No obstante, ese presidencialismo tenía límites propios de un estado endeble, sin presencia territorial suficiente, de instituciones débiles, que se han hecho evidentes en la transición. El más importante límite a la voluntad presidencial mexicana era y es Estados Unidos. Volvimos a verlo en días recientes. Un presidente de altísima popularidad, quizá única en la historia nacional, envanecido por el poder, no ha podido más que ceder ante Estados Unidos.
Y no es por gusto, sino porque la situación estructural de México es tan dependiente del famoso vecino norteño, que si el gobierno mexicano hiciera una rabieta, nos quedaríamos en la calle de la amargura. Es preciso reconocer esa prudencia de López Obrador.
Ahora bien, no había un plan para lidiar con Trump frente a la proximidad de las elecciones estadounidenses. El presidente presume que no habla inglés, que ha viajado poco y que la mejor política exterior es la política interior. Se desentiende del sistema internacional para no tener que reconocer su ignorancia sobre el asunto. Un disparate más o menos ridículo, folclórico y a ratos preocupante. Las consecuencias están a la vista.
La semana pasada, el mandatario se ufanó de que no participará en la cumbre del G20. Va a mandar a su Secretario de Relaciones Exteriores y al Secretario de Hacienda a una reunión de jefes de Estado, donde no van a tratarlos como iguales porque no son jefes de Estado, ni les van a permitir acceso a varios encuentros personales. Eso sí, AMLO va a mandarles una carta. No se ría. El chiste no ha concluido. Una carta donde les diga a los dirigentes de las mayores potencias del planeta cómo enfrentar la desigualdad. A países con mejores indicadores sociales y menor desigualdad que México, López Obrador les dirá lo que tienen que hacer. El buen juez por su casa empieza, pero nada le hace. Imaginemos a Angela Merkel, Justin Trudeau, Emmanuel Macron, interesadísimos en las recetas económicas del mandatario mexicano. Considere a Narendra Modi o a Xi Jinping conmovidos detrás de su arsenal nuclear porque la Presidencia de la República Mexicana remite una carta con instrucciones sobre cómo enfrentar la desigualdad.
Seguramente las embajadas de esos países en México ya tomaron nota y enviaron un memo urgente para informar a sus gobiernos que estén atentos a la recepción de la carta. No somos nada, diría el gran Gil Gamés.
“En México, toda política es geopolítica”, decía un expresidente.
El desinterés por el mundo le cuesta muy caro al país. No les gusta que se compare a AMLO con Echeverría, pero el episodio del G20 parece sacado de aquella sátira sobre el echeverrismo que escribió don Daniel Cosío Villegas El estilo personal de gobernar.
•Internacionalista y analista político:
@avila_raudel