En Puebla lo que triunfó fue el abstencionismo. Al 70 por ciento de los empadronados no les interesó la elección de gobernador y por eso los resultados ya no reflejaron lo que ocurrió en 2018, donde más del 50 por ciento del electorado sufragó a favor de Andrés Manuel López Obrador.
Era, por lo demás, una cita trágica, producto de la desgracia de la muerte de Erika Alonso, la gobernadora, y de su esposo, el senador Rafael Moreno Valle, dueño de una capacidad política inquebrantable y capaz de ganar elecciones en escenarios complejos. Se notó su ausencia.
La magia se acaba, así es en la política, aunque se requieran tiempos largos para que ocurran las rupturas y la disociación con la ciudadanía.
El candidato de Morena, Miguel Barbosa, ganó con un 44 por ciento frente al 33 por ciento del aspirante ciudadano postulado por el PAN, PRD y MC, Enrique Cárdenas, y del 18 del priista Alberto Jiménez Merino.
En la contienda en que resultó electa la abanderada panista, Erika Alonso, en 2018, votaron por ella 38 por ciento, mientras que por el morenista Barbosa y por el priista Enrique Doger lo hizo 34 por ciento y 18.49 por ciento, respectivamente.
Es interesante el contraste con los candidatos presidenciales donde Ricardo Anaya, obtuvo 20 por ciento; José Antonio Meade, 15.9 por ciento, frente a 56.9 por ciento de López Obrador.
Debido a la baja participación, todos los partidos perdieron votos, aunque hayan aumentado en porcentaje, como es el caso de Barbosa, quien inclusive sumó al Partido Verde que hace un año concurrió en solitario. Imperó la capacidad de movilización de los partidos y es ahí donde la operación política cuenta y hace la diferencia.
El empuje del Presidente López Obrador resultó relevante, pero ya no se inscribió en los márgenes de hace un año y esto es interesante porque muestra que gobernar desgasta y que se gasta el bono que se adquiere con las victorias.
En cambio, ser oposición pude redituar, siempre y cuando los partidos tradicionales vuelvan a convocar a ciudadanos que ahora están en el desaliento y en la frustración.
El PRI quedó tablas, pero ya no votaron por sus siglas la mitad de quienes lo hicieron en el pasado reciente. Su agenda de colaboración, deliberada o circunstancial, con el Poder Ejecutivo federal no les está redituando, porque en todo caso es más atractivo pasarse a las filas de Morena.
Esto es especialmente dramático en Baja California, donde descendieron al quinto puesto en la carrera por la gubernatura, e inclusive los rebasó el PRD y Movimiento Ciudadano.
Los priistas están en una suerte de limbo que no los llevará a buen puerto y el que van a terminar comprometiendo, cuando menos, su futuro cercano.
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