Columnas
El año pasado, Ediciones Salamandra puso a circular en México la novela Pequeño país del escritor Gaël Faye. Llegué a ella por recomendación del director de este periódico, Rubén Cortés. El libro, premiado con el prestigioso galardón Goncourt des Lycéens en Francia, refiere la infancia y adolescencia del autor en Ruanda poco antes y durante el genocidio de 1994.
Ahí, el pequeño Gaël observa el deterioro en las relaciones sociales entre sus vecinos, familiares y compañeros de escuela por el racismo que envenena la convivencia entre hutus y tutsis. Matrimonios, amantes, amistades de toda la vida, compañeros de trabajo de varias décadas, empiezan a prestar atención a la propaganda radiofónica promotora del odio, la segregación, la desconfianza y el temor frente a la diferencia. Los hutus hablan mal de los tutsis y viceversa. Unos y otros empiezan a mencionar la urgencia de purificación, pues consideran al contrario “inmundicia”, “escoria humana”, “desecho de la naturaleza.” El lenguaje de la purificación es una invocación a la violencia y la extinción del otro, por considerar que no tiene derecho a existir lo diferente. Se purifica lo sucio, lo repelente. Los “verdaderos ruandeses” solamente son los de un grupo (aunque cada bando estima que son los suyos).
Los compañeritos de juego del pequeño Gaël le prenden fuego a un niño “del otro bando”, pues necesitan quemarlo vivo para “purificar la calle” de su existencia maldita. Los ciudadanos salen a la calle a masacrarse con machete para “purificar la raza” porque el otro grupo étnico tiene “nariz grande y fea” y son “traidores a la patria.” Ante la indiferencia de la comunidad internacional y de la ONU, se produce uno de los genocidios más monstruosos de la historia, mientras la familia de Gaël se oculta debajo de la cama y teme salir a comprar comida.
El lunes, el Presidente de México anunció que van a “purificar” los organismos autónomos. Los acusa de corruptos, costosos, etcétera. No se produjo un escándalo de la magnitud que debió producirse. Aparentemente, ese lenguaje de raíz antisemita no preocupa a los simpatizantes de Morena. A muchos de ellos no les gusta hablar de temas internacionales, entre otras razones porque no los conocen y el nacionalismo es la ideología por excelencia de los fanáticos. Harían bien en leer Pequeño país. Los llamados desde el poder a “purificar” lo que sea, siempre terminan violenta y catastróficamente. Fueron los nazis quienes convocaron al “pueblo alemán” a “purificar” la raza aria.
Los jemeres rojos de Camboya ocasionaron un genocidio para “purificar la población.” En México, fue Porfirio Díaz el promotor de la inmigración europea para “purificar” el país de su herencia indígena y remplazarlo con “sangre nueva”. La ideología cambia, pero el lenguaje de odio siempre tiene las mismas consecuencias políticas.