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Rastas, poesía y xenofobia

Rastas, poesía y xenofobia

Columnas miércoles 07 de agosto de 2019 -

Toni Morrison (1931- 2019) fue una escritora tardía. Empezó a publicar en 1970, a los 39 años, poco después de haberse divorciado. Madre de dos niños pequeños (uno de ellos moriría, años más tarde, víctima de cáncer), escribió su primer libro en las madrugadas. La historia de Pecola Breedlove, una niña de raza negra que anhela desesperadamente tener los ojos azules, como las muñecas que tanto le gustan, es la historia que la autora nos convida en Ojos azules, su opera prima.

Posteriormente, Chloe Ardelia Wofford —nombre verdadero de Toni— fue entregándole al público lector otros textos que, poco a poco, la irían confirmando como una de las autoras afroamericanas (tal como a ella misma le gustaba definirse) más sobresalientes de su generación.

Ojos Azules, Sula, La canción de Salomón, La isla de los caballeros, Beloved, Jazz y Paraíso —un auténtico mamotreto de más de quinientas páginas que gran parte de la crítica ha considerado la mejor obra de Morrison— fueron obras escritas a mano y en las noches.

Y es que Toni solía redactar todos sus libros con lápiz (ni siquiera con pluma). Posteriormente, pasaba los apuntes a la computadora y, muy pausadamente, iba corrigiendo los manuscritos “hasta que ellos mismos elegían la ruta hacia dónde querían ir”.

Toni, dueña de una hipnótica melena gris peinada a lo rasta y poseedora de unos vivarachos ojos color avellana, dio clases de escritura creativa en Yale y, posteriormente, en Princeton. Sugestionada por las estructuras sociales, la evolución biológica de la especie humana y las diversas expresiones culturales y lingüísticas que caracterizaban a la raza negra, decidió transformar su cátedra en una suerte de taller donde los jóvenes estudiantes abordaban diversas disciplinas con el propósito de que“tuvieran una mirada más panorámica sobre la literatura”.

Morrison —pese a lo que muchos pelmazos aseguran— no fue una escritora prolífica. Su obra está integrada por 12 novelas, una obra de teatro, un libreto para ópera y una serie de conferencias que algunos caprichosos han insistido en presentar como ensayos.

Todos sus libros —desde diferentes perspectivas y ofreciéndole allector una buena cantidad de experimentaciones narrativas— abordan el tema de la esclavitud, la segregación racial, la discriminación y la xenofobia que ha padecido la raza negra.

Su prosa —que tiene una marcada influencia lírica y barroca abrevada en el guatemalteco Miguel Ángel Asturias y en el colombiano Gabriel García Márquez— está marcada por una sordidez y una violencia narrativa que también nos descubre el gran influjo de Faulkner.

Admiradora y asaz lectora de Dickens y Víctor Hugo, a Morrison le interesaba mucho practicar una literatura con imágenes, con un lenguaje y unas palabras intensas donde cada una de ellas tuviera su potencia y su lugar preciso.

Una y otra vez realizó largas disquisiciones donde relataba la —zozobrada— historia sociopolítica de su raza y, debido a eso, fue acusada de practicar una literatura de denuncia. Pero no fue así. Bien mirado, sus libros sólo usan como telón de fondo los conflictos políticos y sociales que la raza negra padece como comunidad minoritaria. Novelas como Beloved y Jazz son obras donde los protagonistas realizan enormes vuelcos introspectivos.

Más allá de acusar abusos e injusticias por motivos de raza, color, linaje u origen étnico, Morrison concentró sus esfuerzos en retratar el mundo interno de los afroamericanos, sus preocupaciones, sus pasiones y los conflictos cotidianos que padecían, profundizando en la épica racial.

La escritora nacida en el pequeño condado de Lorain, en Ohio, fue una mujer inquieta. Le gustaba salir a investigar, conversar con historiadores, antropólogos, sociólogos y, sobre todo, hablar con su gente. Con una prosa que no carece de tosquedades y escenas violentas, Morrison emprendía viajes hacia el pasado para develarle a su público una realidad que ella consideraba lacerante y necesaria: “Yo lo único que hago es quitar las tiritas para que se vea la cicatriz, la realidad. No hay que tener miedo de mirar al pasado porque sólo así se sabe quiénes somos”.

La ganadora del Premio Pulitzer, en 1988, desdeñaba la obra de Jane Austen porque las mujeres que aparecían en sus novelas “sólo hablaban de cómo casarse”.

Sintió, en cambio, una mayor empatía con Nadine Gordimer y Eudora Welty, quienes lograron cautivarla debido a que “escriben sobre los negros de una forma que pocos blancos han conseguido escribir, sin paternalismo, sin romanticismo, de la forma en que hay que escribir”.

Todos los libros de Morrison, surcados por esclavitudes y orfandades, hacen uso del barroco colonial y de una extremada prosa poética, que hablan sobre su enorme dilección por el lenguaje.

Y es que para la escritora afroamericana, el idioma no sólo debería ser visto como “un instrumento creador de belleza”, sino como aquello que “reivindica la libertad y la dignidad del ser humano”.

A decir verdad, le preocupaba mucho que existiera la posibilidadde que el idioma —y en particular la expresión libre y crítica— pudiera llegar a ser sofocado, neutralizado, extinguido.

“El idioma del opresor —dijo durante su conferencia en Estocolmo— representa no sólo la violencia, sino que es la violencia misma”. Y agregó que esa violencia “no solamente impone límites al conocimiento, sino que lo petrifica”.

Y también advirtió que la violencia verbal, muy en el fondo, “suele estar por eso enmascarado con pretensiones literarias”.

Años después, durante cierta entrevista, uno de esos reporteros con aires de polemista, le preguntó a Morrison si no consideraba que su literatura era, en el mejor de los casos, una selección de memorias. Sin perder la sonrisa que llevó siempre tatuada en el rostro, la autora de La canción de Salomón respondió categórica: “Para mí las memorias también son ficción.

Recordar es un proceso de selección, hay que definir los hechos, darles forma. Dos personas que han vivido lo mismo no lo recuerdan del mismo modo. En la literatura biográfica que yo, en efecto, practico, no creo que la ficción haya perdido autoridad”.

Es claro que Toni Morrison, mezclando el habla coloquial el lenguaje culto, logró hacer germinar una tercera lengua fogosa y elocuente. Y si el lector decide transitar por esta obra rica y multifacética es posible que llegue a salpicar su alma con el torrente de realidad y de sangre que emanan de sus páginas.

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/CR

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