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Rehúsa contestar preguntas de

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Entornos viernes 25 de octubre de 2019 -

RICARDO SEVILLA

Ignoro cuánto tiempo le habrá tomado preparar a la embajadora Raquel Serur la desangelada entrevista que le hizo a J. M. Coetzee.

El encuentro que la embajadora de México en Ecuador sostuvo ayer en las instalaciones de la UNAM con el narrador sudafricano -y que él mismo se apuró a decir que estaba basado en un guion previo- no sólo fue anodino y superficial, sino que intentó basarse en las opiniones que el mismo Coetzee tenía sobre Seis cuentos morales y en la trilogía compuesta por La infancia de Jesús, Los días de Jesús en la escuela y La muerte de Jesús.

El Premio Nobel de Literatura 2003, no sólo se mostró incómodo, sino que acabó por expresar categóricamente: “no me interesa pasar más tiempo hablando sobre esos libros”.

La amabilidad del autor que ha sido un férreo defensor de los animales y un implacable opositor a la censura, le impidió decir que, en el primer libro de su saga autobiográfica, Infancia, ya había dicho que ni él ni su familia se habían sentido cómodos con el catolicismo e incluso había llegado a detestarlo.

Yo, que no soy ningún especialista en la obra de nadie, y soy simplemente un lector boquiabierto de la obra del gran estudioso de Defoe, Richardson, Kafka, Musil y tantos otros clásicos, me hubiera animado a preguntarle cómo le surgió la idea de hacer aparecer a Elizabeth Costello -quien muchos aseguran que es su alter ego- a la mitad de la novela Hombre lento para asegurarse de que el protagonista, el fotógrafo retirado Paul Rayment, no fuera a trastocar la historia que ella está escribiendo? ¿Podrían haber sido ecos de sus lecturas pirandellianas?

También me hubiera animado a preguntarle por qué casi todos sus personajes viejos, mujeres, hombres, vagabundos e incluso niños tienen un vago aire de furia turbiamente contenida. De hecho, le hubiera preguntado por qué, ahí frente al público, él mismo parecía tener ese mismo aspecto.

Con la curiosidad de un imprudente, le hubiera preguntado dónde observó a esos niños malévolos y desdentados que aparecen en su novela La Edad de Hierro burlándose de la infancia y “del crecimiento del alma”. ¿En Ciudad del Cabo, en Londres, en Texas, en Adelaida? ¿Podrían ser incluso los niños que hoy mismo llevamos y recogemos del colegio? ¿Acaso él mismo fue uno de ellos?, porque en los párrafos autobiográficos que nos comparte se retrata así mismo como un niño tímido al que le castañean los dientes. Vaya que me hubiera parecido la mar de interesante que el tipo abundara un poco más sobre todo aquello.

De acuerdo con su propio relato, en la escuela donde cursó sus primeros estudios el propio Coetzee alguna vez fue arrastrado por un grupo de niños afrikáners, quienes lo obligaron a tragarse una oruga verde para no ser golpeado. Dice que a ellos les gustó que les suplicara, que se humillara. Me hubiera encantado preguntarle si, más tarde, en algún momento de su juventud o su edad adulta, había padecido semejante nivel de humillación.

¿De verdad cree que las clases históricamente vulneradas devuelven así un poco de las afrentas y ultrajes que han recibido? ¿Habrá ese nivel de conciencia en todos los niños o sólo en esa clase de niños? Y para incendiar un poco el ánimo de la concurrencia, le habrá preguntado: ¿Qué lleva a decir al protagonista de Diario de un mal año que es falsa la afirmación de que las universidades son instituciones autónomas?

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IM/CR

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