Hace diez años, cuando la guerra contra el narco estaba llegando a un punto insoportable, la artista Teresa Margolles representó a México en la Bienal de Venecia con el proyecto ¿De qué otra cosa podríamos hablar? Su participación se daba justo después de que el expresidente Felipe Calderón instruyera a diplomáticos para limpiar la imagen internacional del país, “porque no era cierto que en México se masacrara a la población civil en las calles y existiera caos” (La Jornada, 10 de enero de 2009).
Pocos meses después, en un antiguo palacio en Venecia, Margolles montó una serie de lienzos de gran formato
impregnados de sangre recogida directamente de lugares donde ocurrieron enfrentamientos y masacres. Mientras el público recorría la exposición, una persona usaba un trapeador que remojaba en agua mezclada con fluidos corporales y sangre, también recogidos de esos umbrales de violencia y muerte, luego la esparcía con paciencia por las salas. “¿Quién limpia la sangre de las calles, de los cientos de ajustes de cuentas, de los cuerpos de los acribillados?” Relató la artista, quien se preguntaba por el sentido de la sangre y sus restos, así como por la responsabilidad que en ello tiene la política. El curador dijo se “trataba de exportar (a la bienal) material, fantasmal y simbólico, un relato crítico sobre la violencia” (Medina, Cuauhtémoc, Abuso Mutuo, pág. 461).
En ese momento su obra hizo que un entorno cultural se mostrara interesado por la vulnerabilidad y
desechabilidad de la vida en el tercer mundo. A diez años de aquella experiencia, la violencia no deja de ser un tema protagónico. Ya no sabemos si se trata de solo un periodo anormal, un desequilibrio momentáneo o son los rasgos que van a marcar el tipo de vida que llevaremos en adelante.
La política cultural si bien contempla el papel de la
cultura para prevenir la criminalidad y suturar el tejido social, hasta ahora no ha dado resultados muy alentadores. El fracaso es previsible si la cultura se valora más por su capacidad de atraer inversiones, por ser una extensión del discurso oficial, que por saber cómo puede ayudarnos a curar nuestra subjetividad. ¿Qué parte del arte y de los artistas es la que logra conmovernos lo suficiente como para orillarnos a transformar algo de nosotros? La esfera artística tiene un enorme potencial para ayudarnos a regenerar las pautas sociales, inculcarnos un significado valioso de la vida y una mejor percepción de los otros. Pero muchos están excluidos de las oportunidades artísticas y culturales. A eso hay que sumar la crisis de las instituciones públicas. El punto es que si desde el arte no se da una respuesta a la violencia, si desde allí no se crean discursos opuestos a su normalización, enseñanzas que la hagan sentir como algo indeseable y nocivo, no habrá otros lugares en donde la sociedad pueda meditar con autonomía sobre el sentido de las experiencias que está viviendo.
¿O desde qué otro lugar podríamos asimilar este panorama sobrecargado de muerte y dolor?
•Antropólogo y maestrante en Ciencias Sociales.
Analista del arte contemporáneo, la cultura popular y
las culturas contrahegemónicas en América Latina.
@ecoamarillo