Según la más alta doctrina politológica, sociológica, económica y constitucional, los órganos de combate a la corrupción surgen siempre de dos maneras: ya sea en coyunturas políticas delicadas en las que el régimen necesita una nueva legitimidad social frente a un escándalo mayúsculo; ya sea cuando el modelo vigente de rendición de cuentas empieza a crujir por ineficiencia o por impotencia a falta de instrumentos legales o institucionales adecuados para hacer frente a nuevas expresiones del flagelo.
En ambos casos, empero, se requiere la voluntad clara y expresa de la clase política y de todas las fuerzas partidarias y parlamentarias no sólo para impulsar el alumbramiento del nuevo órgano, sino principalmente, de seriedad y compromiso para mantenerlo con vida, fuerza, presupuesto y autonomía para acatar sus fallos, aun siendo adversos.
Los especialistas nos han hecho ver por años que estos órganos tienen más o menos el mismo ciclo vital, en los términos siguientes: Primero, muy altas expectativas sociales de inicio al presentar la creación del nuevo ente como la más probable solución al problema; segundo, los logros y avances esperados no llegan tan pronto como se esperaba.
Tercero, en consecuencia, el Congreso (y en su caso, las organizaciones internacionales) empiezan a reducir el presupuesto de la institución, lo que genera un peor desempeño; cuarto, así surge un enorme desencanto o decepción, que con frecuencia desemboca en una condena nacional al órgano, sino es que en su desaparición lisa y llana o en una vida inercial de ineficacia y apatía institucionales.
Eso les pasa a los órganos que fracasan, pero aun los que sobreviven encaran condiciones muy difíciles sobre todo si asumen a cabalidad su mandato y empiezan a investigar, perseguir y sancionar con diligencia conductas ilegales.
Para entender mejor nuestro incipiente e incompleto Sistema Nacional Anticorrupción y ponderarlo en su trascendencia auténtica hay que preguntarnos si nació por el nivel sistémico del carcinoma o si la articulación orgánica y normativa de rendición de cuentas simplemente estaba rebasada; al mismo tiempo hacer escenarios de desempeño para diseñar las medidas preventivas y correctivas, suficientes y oportunas, que nos permitan eludir dificultades y retrocesos tradicionales, para avanzar en la cimentación cultural de su estructura orgánica y sus normas jurídicas y “naturalizarlo” de mejor manera, junto con sus ventajas y fortalezas, en el imaginario público y en la conciencia social.
Recordemos que la coyuntura de su creación fue una de gran indignación ciudadana, reforzada por un muy cercano escrutinio de los medios y los especialistas, así como de las organizaciones de la sociedad civil y que una circunstancia tan compleja no es fácil de reeditar, pero tampoco es imposible y más nos vale estar preparados. Dicho de otra manera, no es lo mismo crear el sistema que llevarlo hasta su madurez. Corre tiempo…
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