Brasil es un auténtico caso de estudio sobre la transición o más bien la traslación del populismo de la izquierda a la derecha.
Pasaron del sobrevaluado gobierno de Lula y del desastroso de Rousseff, al peligroso y fanatizado de Bolsonaro. Increíble que eso suceda en esa gigantesca y hermosa nación sudamericana.
El dinamismo de su sector empresarial, sus enormes recursos naturales y la riqueza de su población multiétnica no fueron suficientes para evitar que los populistas, del signo que sean, asentaran su reales en Brasilia. Pero para describir el fenómeno de manera muy simple, basta con decir que su éxito en lo futbolístico es inversamente proporcional a su avance en lo político.
Los brasileños cambiaron a los gorilas en uniforme militar por una cara bonita pero bastante corrupta; seguida de neoliberales muy limitados por un entorno económico inestable. Y después, llegaron de la mano el líder sindical que se creían Mandela y su pupila torpe pero con sueños de grandeza; para terminar con un tipejo, militar de medio pelo, que coquetea fuertemente con un fascismo trasnochado del siglo XXI.
Obviamente, en toda esta historia, los estadistas han brillado por su ausencia; mientras que la corrupción ya se ha convertido en un producto de exportación (como el triste caso de Odebrecht). Yo siempre sostuve que Brasil tenía todo para convertirse en un súper potencia (bueno, yo no fui el único), ahí durante años estuvo en boga el famoso término de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China); los que supuestamente se encontraban en un nivel de desarrollo avanzado.
Pero el desarrollo económico nunca socializa sus frutos si no va a la par del progreso social (léase el combate a la pobreza y a la desigualdad económica y educativa). Así pues, Brasil continúa siendo una nación en donde la mitad de su población es pobre; y se ubica en el lugar 79 en el índice mundial de avance educativo (México está en el lugar 71 y Argentina en el 49).
Digamos que así no se puede; y con Bolsonaro (ese ultra de la derecha envalentonado) no se les augura un buen futuro. Los extremos al final se juntan, y eso justamente les ocurrió a los cariocas.
Cansados de una izquierda que era más discurso ideológico que resultados tangibles, sin muchas alternativas coherentes e inteligentes en la boleta, se decidieron por otro parlanchín que les prometió mano dura ante la incontrolable delincuencia; y además les vendió el espejismo de regresarles a la “paz y estabilidad” que según él reinaron durante las décadas de dictadura.
La receta populista la siguió al pie de la letra, dividiendo al país no solamente entre izquierdas y derechas; sino también entre blancos y negros. Brasil es importante para el mundo por muchas razones: su selva es el pulmón de la Tierra (hoy más que nunca en peligro); pero además es una potencia militar, cultural y comercial.
Es frustrante constatar que la humanidad entera está enferma, y que en prácticamente ningún lugar (salvo notables excepciones) estamos haciendo bien las cosas. Su única salida será el surgimiento de una fuerza política progresista, inteligente, de centro y liberal (¿suena familiar?).
•Internacionalista, político,
empresario y escritor
Twitter: @RudyCoen