Jacques Attali, el consejero y estratega principal del presidente Francois Mitterrand, publicó un libro hace unos años cuyo título es “Se llamaba Mitterrand.” Ahí, Attali resumía sus tres o cuatro tomos de memorias en uno solo y agregaba reflexiones sobre su amistad con el legendario político socialista, así como eventos posteriores de la política mundial. Attali contaba, por ejemplo, los intentos fallidos de Mitterrand por llegar a la presidencia de Francia y los errores de sus campañas. Refería también cuánto querían a Mitterrand en los pueblos de su país y cómo, a falta de dinero para pagar hoteles, la gente le daba hospedaje en sus casas.
Attali recuerda cuando Mitterrand empezó a construir su prestigio de figura política nacional en su calidad de crítico feroz del presidente Charles de Gaulle.
Al llegar al poder, en 1981, Mitterrand impulsó una agresiva política de corte estatista. Pretendió nacionalizar una enorme cantidad de industrias y derrochar el dinero en apoyos sociales. Al segundo año de gobierno, la economía francesa y el presupuesto gubernamental acusaban una debilidad estructural muy acentuada. La productividad se estancó, la ineficiencia aumentó y el desempleo se disparó. Se veía venir una crisis devastadora para las finanzas públicas y el bolsillo de las familias.
Attali, doctor en economía, le advirtió a Mitterrand sobre los costos que tendría para las próximas generaciones de franceses sostener una política económica impropia de la época, dispendiosa y a final de cuentas inútil para resolver los problemas sociales. Estaban a punto de quebrar el país por la obcecación ideológica de sostener un programa de gobierno diseñado en los años 60. El presidente Mitterrand montó en cólera, insultó a Attali, se alejó furioso y le retiró la palabra unos días.
Aproximadamente una semana más tarde, para sorpresa de Attali, el presidente anunció un cambio drástico en su política económica. Se le darían facilidades a la iniciativa privada, se invitaría a los inversionistas extranjeros con todas las garantías para atraer capitales. Se conduciría la administración pública con criterios de eficacia y no con prejuicios marxistas. Se abandonaba el nacionalismo barato en favor de un cosmopolitismo muy francés. Inclusive, Mitterrand empezó a construir una relación personal con Margaret Thatcher, la primer ministro británica del partido conservador para promover una obra de infraestructura internacional (un tren que conecta ambos países cruzando el mar). El final del cuento es conocido. Mitterrand pasó a la historia como uno de los más grandes presidentes de Francia y el padre del socialismo democrático moderno, que inspiraría a Felipe González en España. Mitterrand pudo haberse empeñado en cumplir sus propuestas de campaña y sus ideales izquierdistas de juventud a cambio de la ruina financiera de Francia. Actuó como estadistas y optó por otro camino. Es de sabios cambiar de opinión.
•Internacionalista y analista político:
@avila_raudel