Hoy se cumplen 34 años del gran sismo que sacudió la Ciudad de México en 1985 y dos años de aquel que vivimos en esta urbe en la misma fecha. Nadie vuelve a ser el mismo después de una experiencia semejante. La fragilidad de la vida se vuelve tangible cuando uno ve colapsadas grandes construcciones y edificios que son una costumbre visual de la rutina cotidiana. La transitoriedad de nuestro paso por el planeta y la preocupación por los
seres queridos se convierten en inquietudes permanentes. En la capital del país no solamente vivimos al filo de la inseguridad pública por la delincuencia, sino con temor de que nos trague la tierra o nos aplaste y sepulte vivos el techo que nos cubre.
Hoy también se organiza un macrosimulacro en esta ciudad para recordarnos a todos
nuestros deberes y la conducta apropiada ante la catástrofe. No estoy seguro de la utilidad de estos ejercicios, pues cuando uno ha visto el caos de frente y el pavor en el rostro de los vecinos, sabe que no hay protocolo del que la gente se acuerde en una emergencia. No obstante, los especialistas aseguran que estos simulacros son provechosos para preparar mejor a la autoridad y al ciudadano. Confiemos en ellos.
Por otro lado, no todo es pesimismo. El
sismo sirvió para recordarnos a quienes lo vivimos, a los mexicanos y a los observadores internacionales, la inmensa reserva de calidad, generosidad y solidaridad humana de los capitalinos. Numerosos voluntarios con interés de de donar sangre no fueron requeridos, pues ya muchísimos habían acudido a hacerlo y los bancos de sangre de los hospitales estaban a toda su capacidad. La gente se volcó a las tiendas para comprar víveres, despensas, bienes no perecederos en auxilio de los desposeídos por la tragedia del temblor. Una marea humana gigantesca se arrojó a las calles desprovistas de iluminación para ayudar en el rescate de sobrevivientes. El Ejército y la Marina se apresuraron a prestar socorro a los mexicanos de toda condición. Los perritos rescatistas como Frida y sus entrenadores conmovieron hondamente al país. Nunca en toda mi vida me he sentido tan emocionado y orgulloso de ser mexicano y vivir en esta ciudad como cuando me tocó presenciar y enterarme de éstas y otras historias similares.
Uno quisiera tener la certeza de que la autoridad está lista para reaccionar correctamente cuando se produzca un nuevo sismo. Quién
sabe. Aún si eso no ocurre, vuelve a mi memoria una y otra vez el versito de Isabel Zapata “cuando me pregunten de dónde soy diré: soy de la ciudad que no se rompe.” En efecto, resulta muy sencillo identificarse sinceramente con esas palabras.
•Internacionalista y analista político:
@avila_raudel