A México se le deben muchas películas; cine de calidad que rememoran pasajes de su historia,
novelas emblemáticas, mitos y un largo etcétera. De vez en cuando algún cineasta decide salirse de la formula “taquillera”, y se arriesga entregando un filme que brilla por la diferencia de su temática, su producción y su nivel actoral.
Alejandro Springall -guionista y director- nos
cuenta una historia llena de aristas: en 1931 el presidente de Estados Unidos decide comenzar una campaña nacionalista, algunas de sus acciones más radicales fue el cerrar las fronteras con
México. Ese creciente nacionalismo, que buscaba agilizar la economía fracturada unos años atrás, provocó en México un nacionalismo desproporcionado e inentendible a grado tal de generalizarse una campaña de odio contra gente de otras nacionalidades establecidas en el país como la China.
Springall trabaja con las casualidades y en este
filme no son pocas, pero están utilizadas de manera tan inteligente que no se sienten forzadas.
Dentro de esas casualidades se encuentra el matrimonio emprendedor que se ve forzado a rentar
su auto con rumbo a la frontera de Mexicali, en donde caben todos: el capitán racista, el antiguo militar, la abuela en busca de sus nietos, un indio nativo de Sonora, un pocho, un contrabandista, un chino su hijo y su esposa mexicana entre otros.
Me atrevo a decir que Sonora de Alejandro
Springall, es uno de los mejores filmes nacionales del año, que ha sobrevivido a la taquilla, va por su segunda semana. El filme no tiene desperdicio y lo que podría resultar en un guion lleno de clichés inteligentemente los va surcando y nunca cae en la salida fácil, al contrario todo el tiempo el guion pone piedras en el camino; fallas en el auto, falta de gasolina, las tensiones de los involucrados hasta llegar a una tormenta de arena en su momento climático, dejando en el desenlace cierta estela de esperanza.
Mención aparte al elenco que se muestra entregado en todo momento y que va desde Dolores
Heredia, Juan Manuel Bernal, Erando Gonzales, Giovanna Zacarías y Joaquín Cosió, entre otros.
Todos ellos en tono y entregados totalmente.
La crítica de del director sobre los mexicanos
es potente, y todo el tiempo va dejando pequeños debates abiertos a la introspección, ya sea la escena en donde un zopilote está devorando el cuerpo putrefacto de un hombre caído en el desierto inmódicamente después de escucharse en pantalla “los mexicanos deberían quedarse en México” o las lecturas en voz alta de Mi lucha de Adolf Hitler en boca de un mexicano de piel blanca que contrastan con la narración de un indígena que considera a “los mexicanos” como una raza externa e invasora “los mexicanos nos quitaron nuestras tierras”. México para los mexicanos... pero ¿cuál México? y ¿cuáles mexicanos?