Somos un país, una raza, un pueblo, una nación demasiado asentada en un statu quo que definitivamente no nos ha dado la característica de un país de primera línea. Bien podría calificarnos el poeta Horacio de país que sobrevuela en el aurea mediocritas (en un ambiente donde todo se mantiene).
Nuestra riqueza natural, cultural y social es excelente y admirable. Nuestras actitudes y comportamientos no. Aquí vivimos individualmente sin aliciente social por el bien común.
Y se antoja imperante revertir este formato vital que ya no resiste. ¿Por qué repetir nuestras lacras sociales? ¿Qué deberíamos reconocer de nuestra esencia cultural para modificarla de raíz? ¿Qué otros modelos tendríamos que leer y aplicar para transformarnos? ¿Qué han logrado Singapur, Corea del Sur, Sudáfrica o Irlanda?
La raza mestiza que somos, nos enriquece, pero los elementos negativos también nos debilitan.
Llevamos en la sangre un ADN que nos lleva continuamente a dar la vuelta a la realidad y a la obligación. Criticamos el apartheid sudafricano, pero nuestra diferencia de clases resulta anacrónica. Crecemos económicamente como país, pero no evolucionan los individuos.
Nuestros jóvenes destacan en escuelas y universidades extranjeras pero nuestra educación late estancada. Nuestro propio statu quo nos impele a dejar para después las prioridades. Nos lo recuerdan la ONU, la OCDE y nuestras propias instituciones. Hemos vivido sexenios de procrastinación económica y social. Por eso, una sacudida vital nos viene bien.
Si nos asustamos cuando escuchamos de los planes sociales o de las consecuencias penales de comprar una factura o de que se frenarán algunas compras exacerbadas por parte del gobierno o de que no habrá presupuesto público para actividades “extra”, algo anda mal en nuestro subconsciente de clase. A políticas de exigencia conviene responder con actitudes de compromiso.
No se oyen propuestas suficientes de la iniciativa privada, inversiones para superar la lacerante diferencia social de México, planes a 20 años para mejorar la educación. ¿Dónde están las voces críticas, poderosas? ¿Dónde la sociedad civil? ¿Dónde tantas fundaciones, asociaciones y cámaras?
Parece que muchos andamos medio dormidos, en este terrible e inoperante statu quo.
•Director de Extrategia,
Comunicación y Medios