Lejos, muy lejos, está el Gobierno de la inteligencia y de la imaginación. Por eso sólo alcanza a vender un futuro bizarro que se dibuja a partir de retazos inconexos de pasados que nunca existieron. Por eso la economía baja y la inseguridad sube. Cuando se tiene el poder, y aún así hay impotencia, suelen construirse justificaciones y distracciones, y de ambas vamos a tener a granel estos años, engrapadas a una sola idea, burda, tosca, y a la que se le apuesta todo: al país hay que dividirlo entre enemigos a perseguir y aliados a comprar.
Para calentar la plaza, se persigue a quienes ya fueron condenados por “la opinión pública”. Son los ensayos para verificar que la tramoya y la coreografía están ya en su sitio y funcionando. Veamos: los recortes brutales a presupuestos sociales; la ampliación de delitos que ameritan prisión automática; el impulso a “ejércitos de ciudadanos denunciantes”; el “Instituto para devolverle al pueblo lo robado” (el “Indepuro”); una ley de extinción de dominio que viola la presunción de inocencia y el debido proceso; una ley para meter a la cárcel muchos años a quien ose protestar contra una obra pública, especialmente una refinería; y una militarización desbocada que refuerza el mensaje que hay que mandar.
Habrá todo tipo de tramas, pero el guión completo será, en esencia, siempre el mismo, como en las telenovelas: personas afectadas por los recortes serán ahora “atendidas” directamente por el mismo que las descobijó, subastando bienes arrebatados sin sentencia a los enemigos. Como en el caso del proselitismo de los “siervos de la nación”, las responsabilidades institucionales se degradan al capricho de un señor, que decide a quién se quita y a quién se da. Y todo esto con un montaje de tremenda corte, incluido el señor y sus ayudantes exaltados, que cocinan cualquier ley y operan cualquier instrucción; una competencia política pulverizada; una prensa en su mayoría obsecuente; una galería morbosa; y algunos oportunistas a quienes se les ofrece, a precio de ganga, la oportunidad de aparentar beneficencia, al tiempo que compran indulgencias y quizá algún negocio extra. No se usa todo esto para combatir la corrupción ni la impunidad, desde luego, ni para beneficiar realmente a nadie. No. Los pobres, o los damnificados, o la justicia, son sólo pretextos para desatar la andanada de arbitrariedades ejemplarizantes, concebidas para infundir miedo e imponer subordinaciones.
Mientras se multipliquen los linchamientos y las confiscaciones, mientras se asiente una crueldad caprichosa, se arrinconará aún más a la oposición y a la crítica. Las instituciones, las que queden, serán cada vez más débiles y —se nos dirá—, cada vez más prescindibles. Es la política como cacería y la cacería como espectáculo. Y habrán muchos aplausos.
Muy bien... A ver luego quién apaga la luz.
•Director General de Causa en Común.
@japolooteyza