Suplemento
SANTINO CORTÉS
Hacía calor, pero no era un calor normal; era ese maldito calor pegajoso del trópico. El aire apestaba a putrefacción, a la putrefacción generada por la tristeza. Harto, harto de la humedad, prendió el ventilador y abrió otra botella de ron para mitigar el hambre; al fin y al cabo su día a día terminaba en nada más que en sí mismo. Prendió un tabaco y el televisor, para después secarse las gotas de sudor que ya le empapaban el rostro. Respiró profundo tratando de olvidar todo. Le dio un sorbo al ron y se transformó en palmera.