He manifestado públicamente críticas a Alejandro Moreno en otras ocasiones, pero es justo reconocer lo que pasó ayer. Por primera vez en un año de legislatura, el PRI no se acobardó y actuó en conjunto con los otros partidos de oposición para frenar la reelección de Porfirio Muñoz Ledo al frente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados. Desde el año pasado, los diputados y senadores priistas se habían ensimismado, aprobando todas las iniciativas de Morena sin mediar ninguna explicación clara por su entreguismo. No había voluntad ni energía para asumirse como oposición. Si el PRI asume permanentemente una conducta en defensa de los llamados valores “irrenunciables” de la democracia, como la autonomía de las autoridades electorales, Banxico y la CNDH, la no reelección, la protección a los contrapesos, el respeto a la división de poderes, el federalismo, la no revocación ni extensión de mandato como en el bonillazo, el sistema político mexicano habrá ganado equilibrios deseables.
Es preciso admitir que el PRI y el PAN hoy no tienen suficiente peso en lo individual para estructurar
una oposición al gobierno. No obstante, coordinados con otras fuerzas políticas no aliadas a Morena, pueden obligar al oficialismo a la interlocución y a la negociación. Ocurre un poco como con la mayoría de los países europeos. Por sí mismos no representan ya casi nada en el escenario internacional, pero si se presentan como una sola fuerza en la Unión Europea, se vuelven una potencia regional significativa. Muy bien que hayan respaldado la exigencia del PAN esta semana.
Del lado de Morena, resultó triste observar la
falta de respeto a la ley, así como a la palabra empeñada. No hay nada más importante para un político que el cumplimiento de su palabra, pues ahí reside toda su credibilidad. Más aún, Morena no solo estaba comprometida políticamente, sino obligada jurídicamente por la Ley Orgánica a ceder la Mesa Directiva después de un año. El único que salió a defender la dignidad de los compromisos políticos en el partido oficial fue Mario Delgado. Merece reconocimiento por ello. En cambio, Dolores Padierna, olvidando sus largos años en la oposición, se puso a exigir el mayoriteo y la aplanadora contra quienes no piensan como ella. Quiso ignorar el pluralismo y la diversidad política del país representada en la Cámara de Diputados para modificar una ley ad hominem.
Finalmente, Porfirio Muñoz Ledo. Cuando los
partidos de oposición le recordaron su lucha por la democratización del país, su impulso al reconocimiento de las minorías y del pluralismo en el Poder Legislativo, hizo justicia a su propia trayectoria y reculó. Pudo haber terminado su carrera con un desmentido a su trabajo de varias décadas.
En lugar de
eso, rectificó. Un gesto de dignidad que se agradece en tiempos difíciles.
•Internacionalista y analista político:
@avila_raudel