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Una voz en los márgenes

Una voz en los márgenes

Suplemento viernes 15 de marzo de 2019 -

Aunque sus obras fueron celebradas por figuras importantes de la literatura mexicana, José Ceballos Maldonado ha permanecido con la etiqueta de autor marginal. Al cumplirse cien años de su nacimiento, recordamos al novelista de Después de todo, una de las primeras ficciones de temática homosexual en nuestras letras.



Arturo Trejo Villafuerte



UNO. En 1974, en una clase del curso de Literatura y Sociedad IV, y por él nombrado Literatura Mexicana, cuyo subtítulo lo dice todo: “Marginal”, que nos daba el querido maestro Gustavo Sainz en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, oímos por primera vez de la existencia de un escritor llamado José Ceballos Maldonado, al lado de los nombres de José Revueltas, Leopoldo Zamora Plowes y Luis Moncada Ivar, entre tantos otros, cuyas obras leíamos con devoción y deleite; del primero sobre todo por sus tres novelas que se volvieron desde la primera lectura mis favoritas: Los días terrenales, Los errores y Los motivos de Caín; del segundo su excelsa obra magna en dos tomos: Quince uñas y Casanova aventureros; y del último su singular y non obra llamada Perros noctívagos.


José Ceballos Maldonado estaba también al margen porque no se acercaba a las capillas literarias instaladas en el Distrito Federal; debido motivos personales y de trabajo, se encontraba recluido muy cerca de su lugar de nacimiento, Uruapan, Michoacán, por lo cual se mantenía alejado de la posible amplia difusión de su obra que, para esos momentos, consistía en Blas Ojeda (cuentos, Balsal, 1964), Del amor y otras intoxicaciones (cuentos, Novaro, 1974) y Bajo la piel (novela, primera edición, Balsal, 1966 y Diógenes, cuarta edición, 1974), libros que nos deslumbraron por la manera eficaz de narrar y porque bucean en el interior del ser humano, en las conductas del hombre que, a fin de cuentas, son producto de la sociedad: la homosexualidad, la frigidez, la mente criminal, la idea del suicidio, la dificultad que implican incluso muchas veces las mismas relaciones heterosexuales, temas siempre presente en Ceballos Maldonado y que trata con maestría y donaire.


En 1985 aparece una nueva novela: El demonio apacible (Premiá), y para 1986 una reedición de Después de todo (Premiá), pero con la salvedad de que es una versión de Después de todo de 1969, y una de las primeras novelas que leíamos con referencias claras a la homosexualidad masculina, lo que causó desasosiego entre nosotros porque era la primera sobre el tema hasta ese momento considerado “tabú”, y si bien es cierto que teníamos amigos con esa orientación, otros tantos más aún no salían del clóset y se seguía considerando un tema fuerte, tremendo, apabullante, difícil de tratar.


Posteriormente sabríamos y vendrían nuestras manos otras novelas que tratan el mismo tema: El diario de José Toledo, de Miguel Barbachano Ponce (1963), y acaso la primera en tratar el asunto de la homosexualidad masculina plenamente; El Vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata (Grijalbo, México, 1979); y Utopía gay de José Rafael Calva (Oasis, México, 1983); pero incluso en la forma de acercarse al tema, por la confesión inescrupulosa que hace el personaje principal de su condición gay, la novela de Ceballos Maldonado sería nuestra consentida, además por la su mayor eficacia narrativa, la que nos dejaba con una impresión muy clara de la problemática y sentimientos del personaje y de su necesaria doble vida.


Si acaso podemos señalar una constante en Ceballos Maldonado, sería la manera humana y fraterna con la que trata las pasiones, las situaciones límite de los hombres y mujeres que buscan su satisfacción a cualquier precio, incluso violentando a los demás o, si es el caso, prostituyéndolos.


En los libros de Ceballos Maldonado hay el uso de un lenguaje directo, emotivo, verosímil; en cada trazo con el que nos presenta a los personajes hay un modo del ser que los hace siempre bien delineados ―es un estilista―; en todos ellos encontramos una inquietud que los hace cuestionar su existencia y su razón de ser; las conductas son presentadas con una exactitud casi milimétrica, aunque sabemos que en el fondo no son individualidades las que nos presenta el escritor, sino a un gran sector de la sociedad, sujetos que, para el común de la gente, considera como “enfermos” o “anormales” o “alterados”, que se salen de la “norma” o del “canon” establecido.


En el caso de Después de todo, el personaje, Javier Lavalle, un sujeto singular de la narrativa homosexual, puesto que se asume como tal pero, a diferencia de otros personajes, no hace nunca un proselitismo de su condición, ni piensa que su modo de vida sea mejor o peor que el de los otros, ni tampoco se asume como un sufrido sujeto digno de conmiseración y lástima. Antes al contrario: sabiéndose marginado y marginal, ve sin amargura, sin ambages ni eufemismos, su situación, los extremos a los que lo orilla, su modo de ser y las consecuencias en su vida profesional y afectiva, sobre todo a raíz de su enamoramiento por Rolando.


Nuestro personaje, conforme transcurre la novela, va descubriendo, azorado, el tenaz paso del tiempo y la pérdida de su juventud. La juventud que él asume como una etapa dorada, sosteniendo como cierto el mito de que todo es mejor en esta etapa, como posibilidad del ser joven y bello que se antepone a la decrepitud.


En El demonio apacible, Rodrigo, el profesor maduro de la preparatoria, se sumerge en el juego lúdico del sexo con sus alumnas y sus amigas, sin remordimientos ni pesadumbre, antes al contrario: lo asume como un momento crucial porque tiene dinero, fortaleza física y sabe hacer las cosas, sobre todo al momento de complacer y dar satisfacción a las mujeres, ya sean jóvenes o maduras. Él es la antítesis de Lavalle, quien en Después de todo ve de manera alarmante cómo se cierra su ciclo, su mundo y comienza su decadencia; cómo el dinero se vuelve importante para “recoger incluso basura”, los muchachitos callejeros que puede conseguir por unos billetes. Sin embargo, no hay amargura al hacer el recuento de su vida, desde los momentos de su infancia, cuando comienza a tener uso de razón y el bandido José Inés Chávez García hacía de las suyas en el Bajío, pasando por sus primeros escarceos sexuales y el descubrimiento de la sexualidad.


Cuando Lavalle comienza a escribir y habla de su presente, nos vamos enterando de las condiciones en que transcurrió su pasado. El niño aplicado que busca el afecto del padre, que se pule para merecer ese cariño y que, finalmente, sólo consigue transformarlo en odio por la falta de atención del progenitor para con su presencia, para con su trabajo. Y luego viene el presente, sin dinero, sin trabajo, escuchando los toquidos de los jóvenes que vienen por la aventura y por un poco de dinero, luego los telefonemas con las vanas esperanzas de un encuentro amoroso que no se concreta por la falta de billetes para negociar.


Javi Lavalle, ingeniero químico, maestro de física y matemáticas, el más aplicado de la primaria, el joven cobrador de los camiones Presa-Estación en la ciudad de Guanajuato, el maestro brillante “a quien no se le echa de ver” lo que es. Javi Lavalle que ahora asume su decadencia sin amargura, porque siente que ha vivido de acuerdo con lo que cree, con lo que quiere, con lo que quiso ser, con lo que es, porque, según confiesa en la última página de la novela: “He vivido así y no me siento amargado a pesar de los numerosos reveses. Porque, después de todo, es lo que importa”.


Por lo demás, como una de las novelas más representativas de Ceballos Maldonado, la narración fluye con nitidez, es sencilla y clara, haciendo que el lector se involucre y que, paso a paso, siga las incidencias de Javi Lavalle. Con la reedición, Después de todo, corregida, nuevamente trabajada, gana en precisión y en pulcritud. La novela se deja leer y podemos husmear en los senderos de esa otra sexualidad también humana.


Después de todo es un excelente texto de ficción sobre el tema de la homosexualidad masculina y, me atrevo a decir, es la novela mejor escrita, de todas las que conozco y he leído hasta el momento sobre el tema.



DOS. Pero hay algo más que quiero resaltar de nuestro autor: su calidad humana, su sencillez, su calor, su solidaridad.


Inquietos por saber que uno de nuestros escritores llamados “marginales” estaba vivo, decidimos ir a buscarlo, entrevistarlo y saber más sobre él y su obra; y decidimos ir a Uruapan, siguiendo las indicaciones de Gustavo Sainz: “Lleguen a la ciudad y pregunten por él, todos lo conocen”. Y así lo hicimos: estábamos en el mero centro de la ciudad, preguntamos por él y nos mandaron a su consultorio, el cual estaba al lado de una librería muy bien surtida, a punto de ser cerrada para siempre, y que era también un negocio del doctor.


No está de más decir que nos atendió de maravilla y con gran cordialidad, además de luego invitarnos a comer en su casa. En la librería adquirimos una gran cantidad de libros que estaban a precios muy bajos y los cuales, como la amistad, al igual que los libros, aún conservo, y me quedé con la gratitud eterna para el escritor y amigo José Ceballos Maldonado, la cual se ha hecho profunda y extensiva para su hijo y mi querido amigo Héctor Ceballos Garibay.


Del trato con don José, de su cercanía, comprendí el por qué todo mundo hablaba bien de él, lo estimaba y lo querían: desde Gustavo Sainz, René Avilés Fabila, Paco Prieto, Huberto Batis, Ignacio Trejo Fuentes y muchos más de los compañeros de mi generación tanto de Ciencias Políticas como de Filosofía y Letras de la UNAM.


Sin ninguna duda he aprendido y sigo aprendiendo de la literatura de nuestro autor que, sencillamente, se ocupó, siempre, de lo más profundo del espíritu, del sentimiento y del alma humana y, por lo tanto, creó una obra que lo ha trascendido y que los lectores, viejos y nuevos, seguramente leerán con estupor y asombro, lo que formará múltiples inquietudes en sus vidas, sin ninguna duda.


Gracias José Ceballos Maldonado por su literatura, por sus novelas y cuentos, por su amistad. De todo corazón gracias.


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IM/CR

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