Ha muerto, recién, Miguel León-Portilla. Crecen sus virtudes a la luz de la ausencia definitiva. Muchas fueron las de este hombre. Bueno, diría
Machado, en el buen sentido de la palabra bueno.
Un hombre amable. generoso,
simpático e inteligente que supo llenar de luz lo que tocaba.
Uno de sus libros es enormemente famoso. Desde la secundaria o la
preparatoria, muy pocos desconocen esa compilación que reúne el canto amargo del mundo náhuatl en su desaparición. Extinción que hizo decir a Spengler que era como patear una flor. Visión de los vencidos recoge los poemas de la derrota traducidos por Miguel Ángel Garibay. Del texto dice José Emilio Pacheco: “Hasta 1959, cuando apareció por primera vez este libro, el único testimonio difundido sobre la Conquista era la crónica victoriosa de los propios españoles... relato
de los presagios que anunciaron el desastre, descripción del avance de Cortés, crónica de la batalla heroica de los antiguos mexicanos en defensa de su cultura y de su misma
vida, elegía de una civilización que se perdió para siempre, gran poema épico de los orígenes de nuestra nacionalidad. Visión de los vencidos es ya un libro clásico y una obra de lectura indispensable para todos los mexicanos”
La historia, es bien sabido, la escriben los vencedores. El título mismo de este libro recoge una forma
de entender el mundo. El auténtico humanismo. El que sabe respetar, reconocer al otro. Incluso al humillado. Al derrotado. Al otro que interpela: “Relaciones indígenas de la conquista”
▶ Fue León-Portilla un
maestro, en toda la extensión del término.
Es impresionante
observar, en estos días, el creciente número de personajes que fueron formados por él. Así lo deja ver, por ejemplo, el
espléndido artículo de Patrick Johansson K. que publica este domingo pasado la revista Proceso.
Siempre me impresionó un poema, terrible, del libro.
“Y todo esto pasó con nosotros/ Nosotros lo vimos/ Nosotros lo admiramos/ Con esta lamentosa y triste suerte/ Nos vimos angustiados/ En los caminos yacen dardos rotos/ Los cabellos están esparcidos/ Destechadas están las casas/ enrojecidos tienen sus muros/ Gusanos pululan por calles y plazas/ y en las paredes están salpicados los sesos/ Rojas están las aguas/están como teñidas, y cuando las bebimos/es como si bebiéramos agua de salitre/ Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe/ Y era nuestra herencia una red de agujeros/ Con los escudos fue su resguardo/ Pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.”
Se cumple un ciclo. Hace poco
más de un año inicié mis colaboraciones en ContraRéplica. Toca hoy despedirse y dar las gracias. A los propietarios del medio. A mis amigos Eunice Ortega y Rubén Cortés. Y, por supuesto, a los lectores. A todos, por todo, gracias. Nos veremos.
•Excomisionado Nacional
de Seguridad: @Ley13091963