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Volver a Doris Lessing (1919-2019)

Volver a Doris Lessing (1919-2019)

Columnas martes 22 de octubre de 2019 -

D oris Lessing (1919 −2013) inició su carrera intelectual publicando apuntes sobre los temas más variados: la discriminación racial, el fracaso de los modelos educativos en África, la imperecedera violencia infantil, la absurda inversión que los países tercermundistas le destinaban al armamento militar para hacer la guerra, el erotismo, la vejez, el mito originario de la desigualdad de los sexos y, claro, la literatura.

Los primeros textos de esta mujer nacida Kermanshah —una polvorienta ciudad situada a 80 kilómetros de la frontera con Irak y donde casi nadie hablaba inglés, sino persa y kurdo— aparecieron en periódicos locales y sensacionalistas de Zimbabue, recibiendo por ellos una paga ínfima.

Doris, hija de un militar británico que había perdido una pierna durante la Primera Guerra Mundial, era una persona acuciosa y disciplinada, y poco a poco fue perfeccionando su escritura hasta conferirle un cuerpo riguroso y polémico.

Su punto de vista, aunque no era excepcional, le permitió abordar temas corrientes mediante un enfoque que logró despertar el interés de los lectores rodesianos que soñaban ser reconocidos como parte de la estirpe inglesa.

Además de rigurosa, la futura ganadora del Premio Nobel de Literatura 2007 también tuvo un carácter infractor. Su naturaleza insubordinada, comenzó a llevarla a defender conceptos poco convencionales que, a la postre, la convertirían en la antítesis de lo políticamente correcto.

Como había crecido en una familia poco aficionada al contacto físico, eso la convirtió en una niña hosca y reacia al melodrama.

Su padre, cuyas heridas de guerra nunca sanaron, fue un tipo huraño y depresivo. Tras la muerte del taciturno oficial, Doris tuvo que vérselas con su madre: una enfermera de carácter riguroso que parecía disfrutar matando serpientes a escopetazos desde el quicio de la puerta.

En los libros donde habla sobre su madre, Doris la describe como una mujer frustrada y antagónica por la que nunca tuvo una gran empatía.

Lo más que llegó a sentir por ella fue un poco de compasión. En la novela Diario de una buena vecina, la protagonista, al igual que Lessing, siente una profunda aversión ante la presencia de su madre moribunda: “La verdad es que no podía acariciarla. No con afecto”, dice Janna Sommers, quien, paradójicamente, terminará cuidando a una anciana pobre, enferma y malhumorada.

A los veinte años, el pésimo convivio con su madre propició que Doris se casara con un oscuro burócrata llamado Frank Charles Wisdom, con quien tuvo dos hijos: John y Jean, y a quienes decidió abandonar para casarse con Gottfried Lessing, un exiliado alemán cuyas ideas marxistas la llevarían a profundizar en la obra del filósofo y periodista alemán nacido a orilla del río Mosela.

Instalada en Londres e influenciada por Gottfried, Doris se afilió al Partido Comunista de Gran Bretaña, que años más tarde se transformaría en el Partido Comunista Británico. Pero como no logró hacer que sus ideas congenian con las interpretaciones de tipos como Engels, Lenin, Trotski y, mucho menos, con Stalin, decidió renunciar a las filas de “aquel grupo de anquilosados veteranos que sólo pensaban en fabricar narcóticos foros de discusión sobre un Marx a quien ni siquiera habían leído”.

Doris no sólo se separó de aquel partido, sino también de Gottfried, con quien tendría a su tercer hijo: Peter.

Después de atestar la prensa con artículos misceláneos, Doris May Tayler (1919−2013) inició su carrera literaria con la novela Canta la hierba, cuyo título está tomado de un fragmento de La tierra baldía, el célebre poema de T. S. Eliot, a quien Lessing tanto admiró. La obra cuenta la historia de un matrimonio de fracasados en una granja sudafricana en la que el apartheid es un telón de fondo. A pesar de no ser un libro especialmente destacado, ya contiene cuatro de los tópicos más recurrentes en su obra: el fracaso, la injusticia, el racismo y “la estulticia que siempre anida en el corazón humano”.

Su siguiente novela El cuaderno dorado, no sólo propició que su fama escalara cimas himalayescas, sino que el libro fue acogido con un inesperado entusiasmo, seguido de una insospechada devoción, entre el movimiento feminista de los años sesenta del siglo pasado.

Aunque se trata de un libro militante, lo cierto es que también destaca por su lenguaje y su enorme eficiencia literaria. Ni siquiera importó que, una década más tarde, Doris realizara virulentas declaraciones contra el feminismo radical: El libro continuó siendo una suerte de estandarte para el movimiento.

Doris —que en el ocaso de su vida terminó abjurando de todas las ideologías, no sin antes haberse dado tiempo de probar el comunismo, el socialismo, el feminismo, el ateísmo, y hasta el sufismo— fue una escritora tan incómoda que murió siendo detestada por la derecha, abominada por la izquierda ortodoxa y criticada acremente por obispos de la crítica literaria como Harold Bloom o Marcel Reich-Ranicki, quien tras darse a conocer el fallo de Estocolmo que le concedió a Lessing el Nobel de 2007, declaró: “Es una decisión decepcionante. La lengua inglesa tiene escritores más importantes y más significativos como John Updike o Philip Roth”. Y es posible que el quisquilloso polaco tuviera razón. Pero también es probable que ni siquiera conociera profundamente la sólida y consistente obra de la autora Si la vejez pudiera.

Si el lector se permitiera hacer un breve recorrido por los libros de Lessing, deteniéndose en obras como Risa africana o La grieta, se toparía con historias vigorosísimas que le horadarían profundamente las emociones.

A cien años del natalicio de Doris Lessing, propongo que el público inicie la emocionante travesía que reporta adentrarse en su obra leyendo La costumbre de amar, un impresionante volumen de relatos cuya pasmosa hondura analítica y escalofriante capacidad de recrear la vida común, retratando vigorosamente las pequeñas miserias que aderezan la vida cotidiana.

Aunque la soberbia novelista de La costumbre de amar criticó fuertemente las políticas proteccionistas del Estado, también supo reconocer que el auspicio y la salvaguarda de los ciudadanos debería ser la principal responsabilidad de un gobierno.

Pocos fanatismos ideológicos, conflictos e injusticias políticas y sociales escaparon al análisis de esta escritora, que hace treinta años ya ponía en la mesa un tema que hoy parece recién enunciado: “El cambio climático es el gran problema de nuestro tiempo. Basta ver la tierra agrietada, la extrema fragilidad de unos paisajes totalmente desnudos, vacíos. La imposibilidad de vivir”.

Definitivamente —y que me sea disculpado el tópico tan ramplón—, hay que volver a Doris Lessing.



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/CR

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