Emiliano Zapata no fue un pobre campesino indígena que vivió en la miseria, que vestía con un calzón de manta roído y usaba huaraches viejos, que comía tortillas y frijoles porque no le alcanzaba para comprar carne y que desde niño, como ser predestinado, juró enfrentar a los hacendados cuando fuera grande. Esta interpretación sesgada es la que heredamos de la historia oficial, una construcción maniquea y romántica pero lejos de la realidad histórica del personaje.
Como el resto de los principales protagonistas de nuestra historia, al más puro estilo de José José, Zapata ha rodado de allá para acá y ha sido de todo y sin medida. De “Atila del sur” al “charro entre charros”; de caudillo del sur al principal líder agrario de nuestra historia; de “travieso y grato con las mujeres” a revolucionario gay —versión esta, sugerida en la novela histórica Zapata de mi querido amigo Pedro Ángel Palou que muchos lectores dieron por cierta—.
Pero más allá de Zapata en el imaginario social, cuando la política toca a la historia la convierte en panfleto, en propaganda o en el mejor de los casos en una simple historieta a modo. El sistema político priista desdibujó a Zapata. Emiliano fue exaltado a diestra y siniestra por el discurso, la retórica y la demagogia del poder. Fue el personaje perfecto para el discurso cívico, para darle sus palmaditas al movimiento campesino, para maquillar el fracaso del ejido.
La imagen de Zapata fue utilizada con todo cinismo y para toda ocasión aunque los hechos mostraran la miserable realidad del campo mexicano: un campesinado pobre, sometido al gobierno a través de la Confederación Nacional Campesina y tocado por la corrupción. Zapata se revuelca en su tumba.
Pero la política hace milagros y en el centenario del asesinato de Zapata, todo es posible. Pongan su huarache hoy por la noche, a ver que les trae el caudillo del sur. Y digo que todo es posible, porque en el arte de la manipulación histórica, Zapata es lo que el gobierno ha querido que sea.
Increíble, pero cierto. Lo único que podría unir al terrible Thanos del neoliberalismo, Carlos Salinas de Gortari, con nuestro amado líder, López Obrador, es Emiliano Zapata. Los dos lo admiran y los dos lo han interpretado de acuerdo con su real gana. Salinas de Gortari convirtió a Zapata en salinista y neoliberal; por eso al más puro grito de “tierra y libertad” —que nunca fue un grito zapatista—, reformó el artículo 27 constitucional (1992) y convirtió el ejido en propiedad privada.
Nuestro amado líder exorcizó a Emiliano, expulsó el demonio neoliberal que llevaba dentro y lo puso a jugar en la 4T pero tal y como la historia oficial nos lo recetó por mucho tiempo: Zapata era pobre, su pobreza significaba redención, era parte del pueblo y luchó y murió por él. La romántica leyenda del héroe popular.
Pero ninguna de las dos visiones es correcta. Zapata era un pequeño propietario de Morelos, una especie de clasemediero rural; bajo el consejo paterno de “quien siembra y cría gana de noche y gana de día”, tenía algunas tierras herencia de sus padres y nunca trabajó de peón en ninguna hacienda, se dedicó a la ganadería y a la compra y venta de caballos —por lo que le tomó gusto a la charrería—; gastaba en botonaduras de plata para sus trajes de charro, en sus buenas botas y en espuelas y por sus dotes de extraordinario caballerango era buscado por muchos hacendados para obtener sus servicios. Le gustaba andar “bien planchado”, tomaba coñac y la comida francesa lo volvía loco.
Sus gustos personales —hoy dirían tan fifís— no le impidieron que desarrollara una profunda conciencia social; no tuvo que ser pobre, ni explotado para vivir en carne propia lo que la gente de su pueblo y de otros pueblos padecían
frente a la dictadura. Y sin importarle perder el patrimonio que había reunido se comprometió con la causa del pueblo
para asumir su defensa y logró colocar en el centro del debate nacional el controvertido tema de la propiedad de la tierra que llegó a plasmarse en el artículo 27 de la Constitución. Luego la revolución hecha gobierno lo volvió a traicionar. La lucha contra la injusticia, la desigualdad o la opresión no reconoció clases sociales, Zapata lo demostró.