Columnas
Si las imágenes de los migrantes en los puentes resultan impactantes, las reacciones racistas de muchísimos mexicanos son aún más devastadoras. La caravana migrante en la frontera sur de México deberá analizarse desde varios enfoques: legal, derechos humanos, seguridad nacional. Comparto apuntes iniciales desde la óptica de las relaciones internacionales.
Primero, no es un asunto nuevo, pero nos llamamos a sorpresa, con hipocresía, cada vez que ocurre. La crisis de violencia en los países centroamericanos, que obliga a tanta gente a huir, lleva décadas en curso, frente a la indiferencia internacional. El maltrato a los migrantes por parte de las autoridades mexicanas ha sido registrado por periodistas, novelistas y cineastas. El involucramiento de la delincuencia organizada en el transporte y trata de personas con el pretexto de facilitarles la migración tampoco es novedad. La presión de Estados Unidos a México para contener la marea de migrantes centroamericanos ocurre desde hace muchos años. Falta una conversación de alcance nacional sobre estos asuntos en los medios, el Congreso y la academia.
Segundo, los intereses políticos de otros países están en juego. Es imposible desligar las declaraciones del presidente Trump en Twitter de la proximidad de las elecciones legislativas intermedias en Estados Unidos (6 de noviembre). Trump apela a su base electoral con un discurso racista para volver a movilizarla. Ahora, si estas tendencias migratorias llevan años desarrollándose, ¿por qué explotaron con esa magnitud precisamente en estos días? ¿Quién financió el recorrido a pie desde la frontera de Honduras, el paso por Guatemala y la llegada a México de tanta gente en forma simultánea? Alguien tuvo que alimentarlos. El Universal entrevistó al Embajador de Honduras en México, Alden Rivera Montes, quien afirma que los migrantes hondureños fueron manipulados para sumarse a la caravana por Bartolo Fuentes, un ex diputado del Partido Libre en Honduras. Requerimos esclarecer este punto.
Tercero, la necesidad del multilateralismo. Está bien que el Presidente electo prometa visas de trabajo para los centroamericanos, pero reconozcamos que solo es un paliativo y México por sí mismo no podrá resolver esto. Recordemos antecedentes de la política exterior mexicana. En el decenio de 1980, México promovió activamente el Grupo Contadora, un esfuerzo multilateral con varios países latinoamericanos, involucrando personalidades de talla internacional como Gabriel García Márquez, Alfonso García Robles y Olof Palme, para dar respuesta a la inestabilidad centroamericana y servir de contrapeso a las presiones de Estados Unidos. El entonces canciller, Bernardo Sepúlveda, posteriormente miembro de la Corte Internacional de Justicia, tiene la experiencia para decirnos qué funcionó y qué no. Creo que Marcelo Ebrard fue su alumno en El Colegio de México, ojalá hable con él. Corren tiempos de nacionalismo intransigente, pero es hora de asumir que los problemas contemporáneos son transnacionales y demandan soluciones equivalentes.