Columnas
La semana pasada se llevó a cabo la cumbre sobre cambio climático de las Naciones Unidas en Katowice, Polonia. La COP24 ha reunido a delegaciones de 197 países con el principal propósito de establecer las directrices de implementación del Acuerdo de Paris, que se empezará a aplicar a partir del 2020. El Acuerdo de París, adoptado en 2015, supuso un paso fundamental para abordar el cambio climático. Estableció como objetivo central limitar el calentamiento global por debajo de los 2°C y lo más cerca posible de 1.5°C con respecto a los niveles preindustriales. Las emisiones de gases invernadero han aumentado las temperaturas en 1°C desde el inicio de la era industrial, con las condiciones actuales el planeta se dirige hacia un incremento de 3ºC para finales de siglo.
Lograr un acuerdo satisfactorio en la COP24 fue una tarea imposible. El centro de la controversia ha sido el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la ONU. En este documento se detallan los riesgos a los que se enfrenta el planeta si la temperatura supera de media los 1.5 °C, como las olas de calor, la merma de producción alimentaria, la subida del nivel del mar o las alteraciones climáticas extremas. Para limitar el aumento de temperatura, el informe subraya la necesidad de reducir drásticamente las emisiones de CO2, los países deberán bajar un 45% para el 2030 respecto al 2010 y reducirlas hasta acercarlas a cero hacia el 2050.
La base científica para explicar los efectos ya perceptibles del calentamiento global no es suficiente para Estados Unidos, Arabia Saudí, Rusia y Kuwait, que rechazaron el informe. Una actitud que inmoviliza el desarrollo de la política climática mundial. En contraste, la Unión Europea y varios otros países desarrollados se unieron con decenas de países en desarrollo para anunciar que enfocarán sus esfuerzos en reducción de carbono para prevenir un aumento de 1.5 °C.
La urgencia de atender los problemas ambientales debe de ser indiscutible. El calentamiento global está provocando consecuencias devastadoras: lluvias extremas, incendios forestales, sequías que impactan en los cultivos y el ganado, desplazamiento forzado de millones de personas, problemas de seguridad alimentaria, de agua y de energía. El costo de no actuar podría llevar a que cien millones de personas caigan en la pobreza extrema para 2030. El mundo se encuentra en un estado de emergencia climática y necesita que todos los países sean mucho más serios y ambiciosos en su responsabilidad climática. No obstante, para alcanzar una transformación global no es suficiente que cada país diseñe sus propios planes de acción y los ejecute por cuenta propia. Trabajar para preservar el medioambiente en una tarea colectiva que necesita la participación de todos, sin excepciones. El futuro está en juego.