Columnas
Lamentablemente, la política latinoamericana tiene una historia muy rica en caudillos. Nunca se ha llegado a los extremos soviéticos de la adulación consagrada oficialmente al líder o al gobernante, pero no ha sido por falta de ganas de parte de los políticos. La sombra del caudillo, Tirano Banderas, La fiesta del chivo, El otoño del patriarca, Yo, el Supremo y El señor Presidente son algunas de las novelas que dan cuenta de esa triste tradición tan nuestra.
No obstante, lo ocurrido recientemente con algunos seguidores del Presidente López Obrador empieza a resultar inquietante. No nada más se ve con desconfianza y hasta se ataca con ferocidad a quien se atreve a cuestionar algunas de sus decisiones, sino que se lleva a extremos preocupantes la adulación. Primero, Porfirio Muñoz Ledo, experimentado y viejo político mexicano comparó en Twitter a AMLO con la divinidad. Le pareció que el poder lo había transfigurado místicamente para acercarlo con los dioses. Un señalamiento muy poco republicano y absolutamente ajeno al estado laico para decir lo menos.
Por su parte, Ricardo Monreal dice que un solo hombre está cambiando el país y su historia. Sin sorprender a nadie, asegura que quien está logrando ese cambio es nada menos que el Presidente de la República. Según Monreal, lo que hace AMLO es equiparable con las hazañas de Winston Churchill, pues ambos personajes le resultan semejantes como consecuencia de su lectura de una biografía del estadista británico. Y es que claro, ganar una elección presidencial en México es lo mismo que derrotar a los nazis y ganar la Segunda Guerra Mundial.
Finalmente, Martí Batres, conocido senador y luchador social, presumió orgulloso un muñeco de niño Dios similar al de los típicos nacimientos mexicanos, con la particularidad de que tiene los rasgos faciales de López Obrador. No se sabe bien a bien qué quieran decir con esto, pero es poco sano en una sociedad democrática. El endiosamiento de cualquier líder por excelente que sea, termina por enloquecerlo. Ocurrió en la Roma clásica, ocurre en el mundo moderno. Siempre hay un colaborador o aliado ansioso de granjearse la predilección del dirigente con halagos desmedidos. La inteligencia del gobernante se notará en la capacidad que tenga para pasar por alto y rechazar esas lisonjas.
La implicación natural de hablar de un líder con atributos divinos es que no se equivoca. Si el dirigente no se equivoca, no hay espacio para la crítica y menos para el cuestionamiento. Es la base pues del despotismo y de todas las tiranías. Cuidado con eso. Es deseable que el Presidente de México no solamente no escuche el eco de esos halagos, sino que incluso procure silenciarlos. Por el bien de su gestión, necesita asesores, no aduladores.