facebook comscore
De violencia e integración

De violencia e integración

Suplemento viernes 18 de enero de 2019 -

JULIETA GARCÍA GONZÁLEZ


En Particularly Cats (1967, traducido en compilación como Gatos ilustres), Doris Lessing (Persia, 1919) abre el libro con crudeza. La granja en la que vivía con sus padres, en la entonces Rodesia, se llena de gatos. Hay aves que sobrevuelan el sitio y resulta un lugar excepcional para que los felinos se alimenten. Sólo que los gatos se reproducen. Su padre dice en algún momento: “La naturaleza está muy bien siempre y cuando se la mantenga en su sitio”. Lo que sucede entonces es una tarea que le corresponde a la madre de la autora: ahogar a los gatitos recién nacidos antes de que sean una plaga. Pero la madre se vuelve “blanda del corazón y no tolera ahogar un gatito”. Los animales proliferan y el padre no consigue cloroformo para matarlos de forma compasiva. Los días pasan, los gatos siguen naciendo y apropiándose del lugar. Los criados ahogan a los recién nacidos, y la familia trata de conseguir un cloroformo que no llega jamás. El señor Lessing, harto y desesperado, encierra a los bichos en una habitación de la casa, busca el revólver que usó durante la Primera Guerra Mundial, y les dispara hasta matarlos a todos salvo a uno, el favorito de su mujer, ausente del pueblo durante la matanza. Cuando ella vuelve, él y su hija, Doris, están sentados en el porche, “asesinos y sintiéndolo”. El padre —tembloroso, agotado, desencajado— mira a su esposa y dictamina: “Esto no puede volver a ocurrir”.


DISOCIACIÓN


El pasado 6 de enero, en Piedras Negras, Coahuila, un hombre apuñaló a un perro para entretener a sus compañeros de mesa. Fue grabado el momento en que se acerca al perrito mediano, que le mueve la cola, y le encaja algo para dejarlo en un grito de dolor, arrastrándose por el piso. Apenas una semana antes, el 31 de diciembre, en el Valle de Chalco, otro hombre violó y asesinó a Camila, una niña de 9 años que jugaba frente a su casa. No se trata de los dos únicos casos criminales de los últimos días, meses, años, pero son dos casos relevantes por su repercusión y porque podrían tomarse como emblemas.


La historia del perro de Piedras Negras y la reacción que causó no pueden separarse de lo que ocurre en el país y de lo que sucede en el mundo. Una vez que se dio a conocer el video, la gente, en las redes sociales, se dio a la tarea de identificar al individuo. Se organizó un linchamiento virtual, con amenazas de muerte creíbles en distintos posts; una turba furiosa se lanzó hasta la casa del supuesto asesino y montó guardia. Pero la casa y el hombre fueron mal identificados. El homónimo inocente se presentó ante un juzgado, acompañado de su esposa, para deslindarse del perricidio. Curándose en salud, dijo conocer al perpetrador, prófugo para entonces.


Algo similar ocurrió en Chalco, donde los vecinos de Camila trataron de “cazar” a un joven de 17 años llamado Pedro, al que le atribuyeron el crimen. Aunque la cacería se dio en los días de dolor y confusión justificados que siguieron al ataque, queda el fantasma de lo que pudo pasar. Pronto se dio con el presunto culpable y con la ristra de crímenes que se le asocian.


En redes y medios se extendieron el desasosiego, la indignación, el miedo y la impotencia que no encontrarán pronto desahogo ni aún cuando estos criminales cumplan condena. Estos dos hombres mataron porque pudieron, porque vivimos en un país donde la vida ha perdido su valor y, además, donde crecemos escindidos.


En nuestro aprendizaje hay una disociación: lo humano y lo animal; el cuerpo, la mente, el alma; los hombres, las mujeres; la naturaleza y la civilización… Hay una ruptura fabricada con el continuo que somos nosotros mismos y con lo que nos rodea. Somos incapaces de integrar nuestras experiencias al organismo y viceversa. Hemos trocado la existencia integrada y asumimos el malestar como si la vida fuera una sucesión de tragedias y la felicidad o la plenitud apenas se intercalaran por ahí. Dejamos en el camino la satisfacción y la salud.


CERCANÍA


Lastimar tiene que ver con eso. El daño que nos causamos se replica hacia adentro y hacia afuera. Y creernos ajenos al entorno ha sido costoso. No hay un solo rincón de la tierra libre de nuestro desdén: está en las plantas y la contaminación, en los muertos que no pueden contarse, en el desprecio a lo que es y pudo ser. Los científicos no se dan abasto para contar las formas que tenemos para destruirlo todo, desde especies hasta nuestros cuerpos, pasando por la infancia y el azul del cielo.


La violencia, entonces, adquiere un peso distinto al que pudo tener en los orígenes de las asociaciones humanas. La reacción natural ante la falta de alimento o la supervivencia misma están en nuestro código genético. Pero eso no puede ni debe ser considerado una excusa para ejercer la violencia. La discusión de si tiene más peso la naturaleza (los genes) o el ambiente (la educación) podría ser ociosa en estos días porque sabemos que el maltrato y la agresión tienen repercusiones inmensas que todos pagamos. Es decir, no son únicamente los individuos que perpetran algún acto violento y sus víctimas los únicos afectados, sino la red de la sociedad.


En la Rodesia del siglo XX un hombre encontró que no había forma de ponerle límites a la naturaleza sin pagar por ello un precio muy alto. Su hija tuvo la capacidad de integrar esa experiencia para contarla. Hoy, encerrados en el solipsismo de las redes, la indignación pocas veces nos toca de verdad para contactarnos con lo humano. El dolor colectivo ante dos actos de barbarie como los aquí narrados —más allá de la resolución de los casos y el peso que pueda dársele a cada uno— apunta a que existen mecanismos que nos pueden acercar unos a otros, protegernos del aislamiento, y salvarnos de la escisión.


No te pierdas la noticias más relevantes en spotify

Envíe un mensaje al numero 55 1140 9052 por WhatsApp con la palabra SUSCRIBIR para recibir las noticias más importantes.

IM/CR

Etiquetas


Notas Relacionadas
+ -