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El Espejismo de un Auge

El Espejismo de un Auge

Suplemento viernes 26 de octubre de 2018 -

ABIDA VENTURA

Entre 2003 y 2006, el cine documental mexicano vivió una etapa crucial. En 2003, los documentales Recuerdos, de Marcela Arteaga, y La pasión de María Elena, de Mercedes Moncada, óperas primas ambas, arrasaron con los premios en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara; la ciudad de Morelia, mientras tanto, veía nacer un nuevo festival de cine cuya primera competencia estuvo dedicada a documentales y cortometrajes. Dos años después, Diego Luna y Gael García Bernal le daban rostro a la primera gira de Ambulante, una iniciativa que promueve el género en todo el país, y en la Ciudad de México se gestaba otro festival con ese perfil, DocsMX.

El panorama del documental es contradictorio, opina el crítico e historiador de cine Jorge Ayala Blanco. Hay, afirma, “altísima calidad en su factura y pertinencia en sus temas”, pero “muy escasa difusión en las carteleras comerciales”. El autor del Abecedario de cine mexicano dice que el aumento en la producción de estas cintas se debe en gran parte a la profesionalización de la carrera, pues existe ya una maestría de cine documental en la UNAM, así como a las herramientas narrativas que la dolorosa realidad mexicana actual ofrece para contar.

Según el Anuario Estadístico de Cine Mexicano que cada año publica el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), en 2017 se realizaron 66 documentales, igual que el año anterior. Las cifras indican que la producción va en aumento, que se han duplicado respecto a lo que se reportaba hace cinco años (en 2013 se produjeron 30 títulos; 45 en 2014; 50 en 2015 y, para 2016 y 2017 subió a 66), pero, como señala el crítico Ernesto Diezmartínez, “el cuello de botella es el mismo”: la falta de exhibición.

La principal batalla está en las carteleras comerciales, que les permitirían llegar a un público más amplio y hacer redituable ese quehacer cinematográfico. El director Everardo González va más allá: “Es una cadena compleja porque el documental tiene tantos estigmas que desde las gerencias de las salas hay un boicot tácito, hay una advertencia de los vendedores de boletos al comprador; eso hace muy difícil recuperar los gastos operativos. No hay ganancia, se vuelve prácticamente un trabajo social”.

El realizador de cintas como Los ladrones viejos (2007), Cuates de Australia (2011) y La libertad del diablo (2017), fundó en 2014, junto a Roberto Garza y Juan Patricio Riveroll, la productora y distribuidora de documentales Artegios, que le ha permitido promover el género, pero también vivir en carne propia los obstáculos para la exhibición en salas comerciales. Asegura que además de los estigmas y la competencia desleal en un mercado dominado por Hollywood, los distribuidores de películas nacionales, ya sea de ficción o documentales, siguen lidiando con el pago del VPF (Virtual Print Fee), un impuesto que pagan a los exhibidores para que sus películas sean proyectadas en las salas de cine digital. Esa cuota, originalmente establecida en Estados Unidos, comenzó a aplicarse en las salas del país en 2012 con el fin de que los exhibidores recuperaran la inversión que hicieron al cambiar los proyectores de 35 milímetros a digital. En otros países ya se dejó de pagar, pero en México es un lastre que los distribuidores siguen arrastrando. “Eso representa prácticamente una renta del espacio sin garantías, pues pagar el VPF es rentar la sala, pero no me aseguran horarios, no hay contratos, la negociación entre el distribuidor y el exhibidor se hace por palabra, y todo eso se sujeta a la arbitrariedad del mercadoo a la necesidad del negocio del exhibidor. Tendría que regularse; mientras sigamos pagando, como distribuidor lo que tenemos son más perdidas que ganancias”.

Y si las películas no recuperan el gasto de inversión, a los realizadores no les queda más que depender de los apoyos que ofrece el Estado. Imcine apoya la producción de documentales a través del Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (Foprocine) y del Fondo de Inversión y Estímulos al Cine (Fidecine), así como de Eficine 189, una exención fiscal que se otorga a contribuyentes que invierten en proyectos fílmicos. Ayala Blanco considera que, por más que se diversifiquen, esos esfuerzos son insuficientes pues gran parte de esa inversión es irrecuperable.

Encontrar apoyos para una producción independiente es también una tarea titánica. “Es difícil que algún empresario invierta en documentales fuera de Eficine 189. Además, no ofrece el cártel que da una película de ficción, pues no hay actores reconocidos; es más bien como un primo incómodo del cine. Sin ese estímulo fiscal o los apoyos públicos, tendríamos una caída radical en la producción de documentales, volveríamos a depender de las televisoras públicas o tendríamos que apostar más a las plataformas internacionales, como Amazon o Netflix. Debe haber voluntad política, de entender el cine como un bien social, intangible, no solo como un producto de venta”, opina González.

Sin embargo, el género ha consolidado a realizadores como Nicolás Echeverría, Juan Carlos Rulfo, Eugenio Polgovsky, Tatiana Huezo y el propio Everardo González. Fuera de las salas de cine han encontrado un público particular. En su Anuario publicado en 2017, Imcine reconoce que, en comparación con las cintas de ficción, los documentales “suelen tener mayor exhibición en festivales nacionales e internacionales y en eventos de corte cultural y académicos”. Es gracias a ese circuito que, en palabras de Ayala Blanco, los documentales tienen “una especie de respiración artificial”.

Además del lugar privilegiado que tienen en los dos principales festivales de cine (FIC Guadalajara y FIC Morelia), existen diversas plataformas dedicadas a este género, entre los que destacan Ambulante y DocsMX. El primero, dice Diezmartínez, “se ha convertido en una magnífica plataforma para la presentación del documental”. Fundada en 2005, actualmente Ambulante llega a 20 estados del país y ha empezado a promover las cintas nacionales en Colombia, El Salvador y California, según cifras de Roxana Alejo, directora operativa del festival. Se suman a estas iniciativas el Festival de Cine Documental Mexicano Zanate en Colima y el Festival Doqumenta en Querétaro.

Es en esos espacios donde los jóvenes se han consolidado como el público más ferviente de este género cinematográfico. Everardo González sostiene que, a diferencia de países como Estados Unidos, donde el promedio de espectadores de documentales es de 65 años, en México son menores de 30. Ese fenómeno se debe a que, por un lado, se ha convertido en un lenguaje inspirador para los que quieren dedicarse al cine y, por otro, al creciente interés de ese público hacia los temas sociales y políticos que retratan las cintas. “Esto refleja el interés de una generación que se ha ido politizando en los últimos 10 años, que tiene un interés particular por los problemas sociales y políticos del mundo, y que no se queda satisfecha con lo que le cuentan de una historia”, dice el realizador.

Roxana Alejo asegura que a ese público promedio se suman integrantes de organizaciones civiles o comunidades, quienes encuentran en esas cintas el reflejo de sus problemáticas. Añade que a las convocatorias que lanza Ambulante, llegan producciones con temas de todo tipo: “Hemos tenido años donde predominan los de medio ambiente, justicia social, defensa de territorio. Ayotzinapa generó muchos documentales; el tema de desapariciones forzadas también está sonando mucho”.

Entre los documentales más recientes, Jorge Ayala Blanco destaca, por ejemplo, No se mata la verdad, de Coizta Grecko; Hasta los dientes de Alberto Arnaut Estrada; Mexicanos de bronce, de Julio Fernández Talamantes; Memorial del 68, de Nicolás Echevarría; Rush Hour, de Luciana Kaplan y Rita, de Arturo Díaz Santana.

Algunos de estos títulos han hallado lugar en festivales y en el público del extranjero. Es el caso de Tempestad (2016) de Tatiana Huezo. La cinta, que habla del crimen organizado y la injusticia en México, fue aplaudida por la crítica en el Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale) en 2016, y el año pasado fue la apuesta de la Academia Mexicana de Cine para competir por el Oscar 2018 a mejor película extranjera y al Premio Goya de este año. Everardo González también ha logrado colocar a nivel internacional su última película documental, La libertad del diablo; la cinta, que narra historias sobre el terror que ha provocado el narcotráfico, tuvo su premier mundial en la Berlinale en 2017, donde obtuvo el premio Amnistía Internacional, además de que ha estado nominada y proyectada en festivales de Rusia, Israel, Estados Unidos, China y Grecia.

Con su presencia en Colombia, El Salvador y California, la apuesta de Ambulante es promover el documental mexicano en el extranjero. Roxana Alejo asegura que 30% de la exhibición en esos lugares corresponde a producciones mexicanas. “Las producciones están posicionándose, al igual que nuestros documentalistas mexicanos”, dice. Todo eso, considera Ayala Blanco, está creando de alguna manera “el espejismo de un auge que aquí se sabe frágil y difícil de sostener”.


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/CR

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