Columnas
El miedo es una espiral perversa. Se alimenta de sí mismo: Filas interminables de automóviles, kilómetros enteros de gente con garrafas y bidones que se desvela para surtirse de 10 o 20 litros de gasolina. Redes sociales invadidas de memes que equiparan el combustible, como el limón hace un tiempo, al diamante o al oro sólido. Ese poderoso sentido del humor que redime al mexicano del infortunio y que viene a ser refugio, salvaguarda, en los tiempos de la penuria.
Se ha dicho ya, por tirios y troyanos, que era necesario plantar cara al imperio del huachicol. Enfrentarlo.
Soportado por comunidades enteras, que ya no saben vivir de otra cosa, tampoco es posible criminalizar a todo el pueblo. ¿Se trata de convertir en delito que amerite prisión preventiva oficiosa el robo de hidrocarburos y no el acopio de armas de alto poder, y la desaparición forzada? ¿Será más grave robarse una pipa que desaparecer a una mujer, o andar por la vida y por las carreteras con 20 lanzagranadas, dos barretts, y siete AK-47?
Es inexacto, por decir lo menos, que nada se haya hecho en la pasada administración. Los datos están ahí, a la vista: En el periodo comprendido entre el 1 de diciembre de 2012 y el 1 de septiembre de 2018, sólo por lo que hace la Policía Federal, se recuperaron 67 millones 889 mil 290 litros de hidrocarburo. Más de un 579 por ciento que en el mismo periodo del sexenio anterior. Cerca de 36 millones de litros de lo que se aseguró consistió en gasolina y diésel.
El 60 por ciento del robo de combustible se concentra en cuatro estados: Hidalgo, Guanajuato, Puebla y el Estado de México. Guanajuato, por ejemplo, padece a la refinería que convierte a Salamanca en la ciudad más contaminada del país y al Estado, a través de la rivalidad del Marro con el CJNG, en uno de los que sufren mayor violencia homicida.
Se afirma que una enorme red de corrupción abruma Pemex, una maraña que involucra a servidores y exservidores públicos. No se recuerda, suficientemente, que en estas cuestiones no hay corrompido sin corruptor que, del otro lado de la oferta, se encuentra el empresario minero, gasolinero o transportista que compra robado, pues para ser competitivos, así dicen. Son estos prohombres los que a grandes voces se quejan de la “inseguridad” en las carreteras o en las minas, a sabiendas de que su proveedor de combustible es el “Buchanans” o alguien por el estilo.
En este tópico: la codicia de los “grandes empresarios” y no el poblado que encontró en el lago de huachicol fuente de subsistencia, radica el problema: El minero corrupto, el gasolinero que, coludido con el presidente municipal, tiene un año de no comprarle a Pemex, pero aún así vende gasolina, el transportista que empieza por comprar huachicol y termina permitiendo secuestros.
Por lo pronto, hoy, parece que en la guerra del huachicol el hombre que hace fila es un daño colateral.