Columnas
En el ruido de las cosas al caer, Juan Gabriel Vázquez recuerda años de violencia en Colombia: “No hablo de la violencia de cuchilladas baratas y tiros perdidos, de cuentas que se saldan entre traficantes de poca monta, sino la que trasciende los pequeños resentimientos y las pequeñas venganzas de la gente pequeña, la violencia cuyos actores son colectivos y se escriben con mayúscula: el Estado, el Cártel, el Ejército, el Frente”.
Colombia volvió a ser víctima de este tipo de violencia, víctima del terror. A las 9:32 de este 17 de enero, en la escuela de cadetes General Santander, en Bogotá, estalló un carro bomba con 80 kilos de pentolita, una mixtura de TNT y pentrita, con un resultado de 20 muertos y 70 heridos. Todas las víctimas, cadetes, estudiantes entre los 17 y los 22 años de edad.
El autor material, plenamente identificado, José Aldemar Rojas Rodríguez, miembro del ELN en su área de inteligencia, experto en explosivos e instructor en esa materia desde hace más de 25 años.
El ELN, que cuenta con cerca de 2 mil integrantes, entre combatientes y células urbanas, ha sido calificada como una “máquina criminal de secuestros y atentados”. La acción terrorista cierra la puerta al proceso de paz que intentara el expresidente Juan Manuel Santos con esa guerrilla, luego de lograr la desmovilización de las FARC.
El gobierno de Iván Duque, adverso de por sí a las negociaciones, tiene argumentos para dar por concluido todo arreglo. Al contrario, levantó la suspensión de las órdenes de captura libradas contra los integrantes del ELN y la fiscalía imputó a su comando central.
¿Qué pretende el terror? Busca, precisamente, desandar el camino de la paz. Pretende la reacción bélica de los gobiernos, polarizar por el miedo, alarmar a la población.
El futuro de Colombia se juega en su forma de enfrentar estos hechos delictivos. (Subrayemos delictivos) Valga aquí, en esa lógica, la reflexión de Luigi Ferrajoli sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001: “Esta claro que los atentados no fueron un acto de guerra, puesto que esta consiste en un conflicto entre Estados y, precisamente, entre ejércitos públicos. Mientras que el terrorismo consiste en una violencia dirigida a sembrar terror entre inocentes. A esos estragos se ha respondido con la guerra porque fueron calificados como actos no solo terroristas sino de guerra.
“Entonces, es preciso preguntarse si la respuesta de la guerra, no ha sido realmente otra cosa que un signo de debilidad y un acto de abdicación de la razón y del derecho y lo que perseguían los terroristas como su principal objetivo estratégico. Por eso la respuesta al terrorismo será tanto más eficaz cuanto más asimétrica resulte. Y para ello hace falta que sus agresiones sean reconocidas como crímenes y no como actos de guerra, que no se le dé respuesta con la lógica primitiva de la guerra y del derecho penal del enemigo que se proyecta inevitablemente sobre personas inocentes”.