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ENMEZCALADOS

ENMEZCALADOS

Suplemento viernes 02 de noviembre de 2018 -

GUILLERMO ARREOLA

El cónsul Geoffrey Firmin, personaje de la relampagueante y abismal novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, desde su embriagada visión dotaba al mezcal de la capacidad para hacer bailar a la neblina; carecer de él, no beberlo, le provocaba al adepto a la tragedia “olvido de la eternidad”. Acaso haya sido la bebida con que embriagó Tezcatlipoca a su hermano Quetzalcóatl provocando la partida de éste de la ciudad que gobernaba, la llamada Tollan. Acaso, que es palabra con que se espolea a todo mito y leyenda.

“Mezcalito, bueno para cuando duele el alma”, dice el personaje Natividad, en la película Mezcal, de Ignacio Ortiz. Y el alma humana es lo que trastocó la diosa Máyatl conocida también como Mayahuel, cuando se arrancó uno de los cientos de gusanos que crecían en su corazón para atraer al guerrero Chag, a quien dio de beber de uno de sus múltiples pechos y emborrachó de amor, situación que aprovechó para convertir a Chag en un dios. Agradecida por la realización de sus deseos, Máyatl donó sus pechos a la tierra para que sus jugos la nutrieran y brotara la planta del maguey, pero también el amor entre los humanos.

Si mezcal es palabra que designa a bebida destilada, es también sinónimo de la planta misma de la que se extrae: maguey o agave (término acuñado por el naturalista Linneo en 1753), y su huella, como lo uno o lo otro, reverbera en los vestigios de admirables arquitecturas en hornos subterráneos que pudieron haber sido utilizados para su cocimiento, ubicados en lo que hoy es Tlaxcala.

▶ Aparece el mezcal en crónicas novohispanas en que se da cuenta de usos y tradiciones mesoamericanos, en autoría de Motolinia, Gonzalo Fernández de Oviedo, Sahagún y Cervantes de Salazar, entre otros.

Pasan por sus páginas descripciones de la planta y del procesamiento de bebidas y alimentos derivados; páginas con paradisiaca resonancia y, a veces, con tinte de sospecha demoniaca (“de este vino usaban los indios... para ser más crueles y bestiales”, escribió Motolinia).

Lo cierto es que la historia del mezcal está marcada a punta de ley, pues desde el siglo XVI se normaba su elaboración, su uso y la de otras bebidas, mediante prohibiciones y licencias. Ahí está la imposición del pago del diezmo por la comercialización de la bebida mexcalli, en 1616. Ahí, el permiso por parte de Carlos II, en 1673, para que se elaborara ya bajo el nombre oficial de vino mezcal.

Ahí, la Real Cédula del 13 de diciembre de 1744, con la que se prohíbe el aguardiente de caña y el resto de bebidas embriagantes. Ahí, la reconfirmación de tal prohibición por el rey Carlos III, en 1785. Pero el mezcal continuó elaborándose en forma clandestina y resistiendo hasta la disolución de las prohibiciones de la Corona española hacia 1796, y hacia 1811, cuando se hace público el permiso para fabricar y usar libremente el llamado vino mezcal. Y aquí está el mezcal, ahora: habiendo recorrido el XX y arribando al XXI, en destilación y proliferación de la planta del maguey o agave, 23 de cuyas especies, de un total que rebasa las doscientas, se utilizan para la elaboración de la bebida; aquellas se distribuyen en gran parte de México: potatorum, rhodacantha, kerchovi, horrida, salmiana, cupreata y angustifolia Haworth. Intento una descripción de esta última:

Se asemeja a un bouquet de espadas surgiendo de la tierra. Tiene las hojas alargadas y estrechas; a veces planas y rígidas, o cóncavas en su maduración a la que tarda en llegar de seis a ocho años. Su color varía de un verde como recién bañado por una luz radiante a un verde espolvoreado de ceniza; un tono amarilloso se esparce a lo largo de sus delgadísimos márgenes. En su nombre resuena y en su forma se materializa el término latino angusti, que quiere decir “estrecho”. Recibió bautizo como angustifolia de parte del botánico inglés Adrian Hardy Haworth, en 1829.

Al maestro mezcalero Agustín Alva Rendón, de Huehuetlán, Puebla, le pedí me describiera cómo era cultivar agave y procesarlo para mutarlo en mezcal. Me respondió: “Se trata de seguir el hilo de la paciencia. Es un hilo de la paciencia que se resume en un hervor a fuego lento”. Al arqueólogo Fernando González Zozaya le solicité una imagen del mezcal a partir de su experiencia como investigador: “Es un elíxir divino”, me dijo.

Y a ti, disidente de la tragedia, te pregunté a secas ¿qué es el mezcal? Me respondiste: “Es la bebida que surge de la muerte orgásmica del maguey”. Bebíamos mezcal en una casa vacía, pero con indicios de pretéritos tumultos; bebíamos en una tarde bajo el fugaz espectro del relámpago y rodeados de un universo vegetal rocoso de árboles petrificados. Horas después, dimos un paseo en tu troca por el pueblo. No había pasado media hora cuando te distrajiste por un momento y terminaste frenando de golpe, nos zarandeamos y oímos un tronido, resultado del choque de la troca con un potrillo que se atravesó frente a nosotros. Vi al animal tambalearse y luego recuperar el equilibrio y dar un saltito a duras penas, huir. Quise cortarte en alguna parte de tu piel cuando divisé que de una de sus corvas le corría un chorrito de sangre. Quise destruirte la lengua. Lo que más me dolió fue que dijeras, para justificar tu atropello, que el potrillo nos había embestido creyendo que la troca era otro animal.


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/CR

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